–Gabriela Correa Sandoval–
¡Dios mío! ¡Un solo minuto de dicha!
¿Pero es que acaso no es suficiente para toda la existencia de un hombre?
Fedor Dostoievski
Noches blancas es una novela corta en la que su desconocido protagonista dice ser un solitario que lo ha vivido todo. Y claro que es así, pues nuestro curioso héroe se pasa los días soñando con las vidas posibles, la gente y la ciudad. De acuerdo con esto, el narrador de la historia es un joven de veintiséis años que dice ser pobre, vivir solo y en un edificio viejo. Existe una mujer que le sirve y se llama Matriona. La información concreta que Dostoievski nos brinda sobre él es muy poca. Concluida esta pequeña introducción, empezaré a adentrarme en mi experiencia al leer la novela.
Todo comienza con la llegada del verano, las noches blancas y la huida de la población petersburguesa hacia sus casas de campo. “La naturaleza de nuestra ciudad tiene algo inexplicablemente conmovedor” (p.16). Es uno de los pensamientos de este curioso narrador. Él siente una fascinación inmensa por la ciudad donde vive; una San Petersburgo atestada de personas que él mismo proclama como seres caprichosos y llenos de odio. A pesar de esto, es un gran admirador de su entorno. Los árboles, las calles, los animales e incluso dice ser amigo de las casas. El héroe de esta historia conoce muy bien las callejuelas, los rincones y hasta los personajes extraños que se suman a la monotonía del paisaje.
Para el protagonista su soledad es la causante de su íntima relación con la ciudad. Es por ella que este personaje se refugia en una vida de contemplación, una vida que queda en un plano imaginativo. El narrador siente una angustia terrible al darse cuenta de que ya no ve a los mismos. Algo sucedía y parecía no entenderlo. Esa sensación de desencuentro ni siquiera lo dejaba soñar. Cuando logra comprender la situación – las personas saliendo de San Petersburgo en caravanas hacia el campo– se siente más solitario que nunca. La ciudad no se sentía tan afanada a como estaba acostumbrado, y a pesar de que pensaba conocerlos tanto a todos, ninguno lo invitó. Es así como después de un largo día de deambulación inconsciente en las afueras de la ciudad, nuestro personaje conoce a Nastienka.
El título de la novela da lugar a un fenómeno natural que ocurre en las zonas polares a comienzos del verano; en estas fechas las noches carecen de oscuridad y se acompañan de una neblina muy espesa. Hecha esta salvedad, imaginemos el escenario que plantea Dostoievski en esta historia. El San Petersburgo de Noches blancas es tanto hermoso como desolador. Las calles envueltas en una atmósfera blanquecina y lo suficientemente solitaria para sentir la profunda melancolía en la que nuestro personaje se encuentra.
Era la primera noche de soledad absoluta y el narrador de esta historia se encontraba de regreso a casa. “Iba cantando porque cuando me siento feliz siempre tarareo algo entre dientes, como cualquier hombre feliz que carece de amigos o de buenos conocidos y que, cuando llega un momento alegre, no tiene con quien compartir su alegría” (p.17); justo en el momento en que pasaba por el canal se encuentra a una muchacha. La silueta de ésta en el puente se pierde en el blanco espesor de la noche, pero se escuchan sus lamentos. Él intenta acercarse pero no puede, y por la suerte de una situación extraña logra hacerlo. Esta joven, aunque mucho después se conoce su nombre, es Nastienka.
Nastienka antes de hablar de sí, prefiere escucharlo. Le exige el cumplimiento de dos cosas para que los encuentros entre ellos continúen: una pequeña presentación de sí mismo -ya que quiere conocerle- y también el hecho de que no debía enamorarse de ella. El narrador, por ser un soñador, no tenía problema con ello. Éste, al presentarse ante ella, decide hablarle sobre su condición de solitario (y por lo tanto de soñador). “Hay en mí tan poca vida real, los momentos como este, son para mí tan raros que me es imposible no repetirlos en mis sueños. Voy a soñar con usted toda la noche, toda la semana, todo el año” (p.23). Por la manera de relacionarse con ella, Nastienka ya había notado el poco contacto con mujeres.
Dostoievski hace que nuestro protagonista se presente ante Nastienka de una manera excepcional. Toda su historia es contada en tercera persona, con referencias a diversos autores, y de una manera muy conmovedora. El joven admite que en las posibles vidas que tanto soñó, sí ha tenido amores. Aún así, en la realidad ninguna mujer que haya conocido era como ella. Ninguna merecía la atención y la ternura que él estaba brindando. Nastienka se apiada de él, de su dolor. Lo envuelve en sus brazos juveniles e intenta comprender su situación. Nuestro protagonista se convierte en un hombre nuevo, ya liberado de la fascinación por la vida del solitario:
A juicio suyo es una vida pobre, miserable, aunque no prevé que también para él acaso sonará alguna vez la hora fatal en que por un día de esta vida miserable daría todos sus años de fantasía, y no los daría a cambio de la alegría o la felicidad, ni tendría preferencias en esa hora de tristeza, arrepentimiento y dolor puro y simple. [...] A decir verdad, en algunos momentos, está dispuesto a creer que esa vida no es una excitación de los sentidos, ni un espejismo, ni un engaño de la fantasía, sino algo real, auténtico, palpable.
Nastienka, una joven hermosa. Ella es delgada, blanca, pequeña y de cabello negro. Luce indefensa y triste; tan sólo tiene 18 años. Al contarle su historia al protagonista, se declara una persona curiosa. Esta curiosidad fue la que la llevó a cometer una travesura cuyo desenlace terminó en el aislamiento. Fue atada a su abuela ciega para que no saliera más. Ella decide contarle a nuestro héroe toda su historia. Él la escucha con completa atención y de esta manera el narrador descubre la razón por la cual no debía enamorarse. Nastienka se encontraba a la espera de un viejo amor. Esperaba el cumplimiento de la promesa realizada por un hombre joven que había sido inquilino en su casa hacía ya más de un año.
Él la acogió con tal ternura, se dedicó completamente a ella. “¡Ay, Nastienka! ¡Demos gracias a que algunas personas viven con nosotros! Yo doy gracias a usted por haberla encontrado y porque la recordaré el resto de mi vida” (p.57). La nobleza de un personaje que renuncia a sí mismo, que deja su egoísmo a un lado por el amor tan profundo que siente. Ciertamente el narrador era consciente de que la felicidad de ella sólo estaría con aquél que tanto esperó. En el momento en que el protagonista revela sus sentimientos hacia Nastienka, “Yo había guardado mi secreto, no me habría dedicado ahora, en este mismo momento en que usted se encuentra en una situación tan difícil, a molestarla con mi egoísmo” (p.73), ella había caído en la terrible desesperanza –la resignación–, y alimentó a nuestro héroe con una ilusión que se desvaneció en poco tiempo.
En esta instancia de la novela se reafirma su camino de solitario. La partida de Nastienka al reencuentro de su amor y la carta que recibe el protagonista la mañana siguiente, son tan sólo formas de mostrarnos que esta historia no es la de un amor desafortunado, pues “el protagonista busca su felicidad, la alcanza, la disfruta, se regodea en ella, sólo que a nosotros nos parece una desgracia…”. Estamos acostumbrados a relacionar el amor con la eternidad y la posesión. Precisamente Dostoievski nos muestra lo contrario. El amor puede ser la forma más sencilla y hermosa de la libertad. Una libertad sutil que nos da a entender la vida como algo pasajero. La terrible mentalidad de la posesión (del arraigarse a las personas, a lo material e incluso a la tierra) pierde todo sentido en esta hermosa historia donde la felicidad se encuentra en lo efímero.
Ya había dejado en claro la condición de nuestro personaje; él es un soñador, un solitario, y como esto, también un hombre que renuncia voluntariamente al amor. Él es consciente de que no podrá poseer a Nastienka jamás. Nuestro héroe considera innoble y perniciosa la creencia de que alguien puede ser suyo más que en los sueños. Según Natalia Pikouch, el protagonista de esta historia “[...] lleva su comprensión de la libertad y renuncia a sus últimas consecuencias, a la imposibilidad objetiva de la posesión” (2003, p.22). Por consiguiente, la ternura del héroe de Noches blancas se basa en la satisfacción de haber vivido tal momento, uno que podrá recordar (o revivir) por siempre en sus sueños.
El perfil del protagonista: ser un joven soñador y solitario. Esto no es algo desconocido en la literatura, pero este personaje además de enseñarnos una hermosa lección de la libertad, también nos muestra que la vida puede ser un mar de profunda melancolía si nos sumergimos demasiado en los sueños. Es necesario vivir, es necesaria la acción. Y él lo piensa así después de conocer a Nastienka. Dostoievski nos dice que estamos condenados a la nostalgia. La felicidad es efímera y por esto debemos refugiarnos constantemente en el pasado. Un fantasma que siempre nos acechará. Sólo después de la acción, tendremos disponible la felicidad de lo que fue, para revivirla así cuando queramos.
Bibliografía
Dostoievski, F. (2003). Noches Blancas. Bogotá, Colombia: Norma.
Fagnani, F. (2003). El primer Dostoievski. En Fedor Dostoievski vida y obra. Bogotá,
Colombia: Norma. (pp. 9-18)
Pikouch, N. (2003). Noches blancas, o lo exquisito de la libertad. En Fedor Dostoievski vida
y obra. Bogotá, Colombia: Norma. (pp.19-24)
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