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LA MUERTE RÍE MEJOR ANÁLISIS DE LA NOVELA LA RISA DEL CUERVO DE ÁLVARO MIRANDA

Francisco Javier Ruíz Jaramillo

Tuluá, Valle del Cauca

Docente y maestrante en Literatura Latinoamericana UTP


La risa del cuervo del escritor colombiano Álvaro Miranda (Santa Marta, Magdalena, 1945) convierte la historia patria en una pesadilla onírica. La novela de tinte fantástico entremezcla elementos del terror, la ficción histórica, el erotismo y el realismo mágico en un sólo cuadro. Una historia que juega a no dejarse clasificar y toca con bizarro decoro los nervios más sensibles del origen de la nación y sus protagonistas. Una burla elegante y macabra cuyo eco ha ido desvaneciéndose a través de los años, pero merece retumbar nuevamente. La experiencia sobrenatural propuesta en su lectura no es sólo comparable con una alucinación lúgubre en medio de una tormenta, sino también una caja de Pandora llena de criaturas imposibles de encarcelar nuevamente.


El planteamiento estructural de esta novela entrelaza cuatro historias distintas en escenarios sobrenaturales. La primera está protagonizada por el venezolano José Félix Ribas, militar y prócer de la independencia venezolana, en su desesperado éxodo por el llano inhóspito. Su desgracia inicia desde las primeras líneas cuando intenta huir de sus captores con su cabeza decapitada y sangrante entre las manos. A esto se le suma la angustia de encajarse, de nuevo, su testa sobre el cuello —haciendo intentos fallidos para volver a su forma normal—, mientras sortea la persecución después de su “asesinato”. La segunda narra la estadía en Cumaná de Alexander Von Humboldt, su trato con su criada Altagracia y la convivencia con sus amigos en la espesura tropical que los rodea. El explorador alemán es acosado por una plaga de mosquitos que le hieren la piel y lo desesperan sin cesar durante días y noches enteras.



La tercera puesta en escena narra la agonía de Manuelita Sáenz, heroína de la independencia, en su lecho de muerte. La fervorosa amante de Bolívar padece con erotismo y desolación su último destino mientras divaga en fantasías amatorias y olores nauseabundos. Enterrada en una fosa común, desfigurada y descompuesta, la quiteña deambula por los rincones de los sueños y los deseos de ultratumba. Por último, el juego fantástico corre a cargo de David Curtis DeForest y su extraña afición por los cuervos. Este personaje figura como cónsul de Buenos Aires en Washington y espía del General San Martín; un aire de solemnidad y misterio lo cobijan durante la trama. Su amor por los cuervos lo lleva hasta el extremo de la locura y lo convierte en parte de la bandada.


Las cuatro historias están conectadas por la presencia de un cuervo que deambula entre dimensiones y épocas. No existe una temporalidad lineal sino un juego de momentos y épocas cual ruleta rusa. La relación entre los personajes está demarcada por descubrimientos atestiguados por el lector, al ver cómo uno y otro se manifiestan en escenarios poco posibles. La ficción permite que DeForest se transporte a ver a Humboldt para entregarle la historia de Manuelita, escrita en un libro de piel de carnero, y regalarle un ave. Lo imposible está permeado en todas las páginas. La experiencia lectora supone una visión extraordinaria de la historia que se desarrolla entre saltos de estructura y tiempo estructural. La risa del cuervo no está escrita con una fórmula regular, adrede, su forma particular no es sólo capricho de su autor.


La obra revela un mensaje contestatario a la época de su publicación. En pleno 1984, el panorama literario estaba viviendo un post boom que enmarcó una duda general en el plano artístico: “¿Y ahora qué sigue?”. De acuerdo con Castillo Balmaceda (2019), esta obra ofrece una respuesta transgresora a dicha pregunta del pasado. En su caso particular, Miranda decide alejarse del estándar de renombre que rodea la mayoría de las producciones escritas y opta por una pesadilla fantástica. De acuerdo con las intenciones de la década, el acaecer del boom tiene causas de todo tipo que desembocan en una respuesta pluralizada:


La mayoría de los intelectuales del boom llevaron en Latinoamérica la representación de los subalternos a su clímax, estableciendo alianzas con las élites a costa de enraizar las concepciones de estas en la mente de los individuos del pueblo y conseguir aumentar su capital político y económico […] (Castillo Balmaceda, 2019 p. 53)


Según Balmaceda, esta corriente literaria poseía lineamientos políticos que fracasaron en la década de los setenta. Por ende, hay una necesidad de reinventar el discurso latinoamericano perteneciente a la novela y alejarse de la percepción previamente establecida. La discusión entre arte y política logra que otro tipo de ideas germinen y se admita echar un vistazo a más posibilidades. Asimismo, Olvera Vásquez (2013) asegura que la literatura fantástica refugia las mentes creativas de dicho momento.



La novela en cuestión abarca las vivencias de cuatro personajes al parecer inconexos. Dos de ellos viven una agonía lastimera: Manuelita en su lecho de muerte, mientras se descompone; y Ribas cuya cabeza errante aún siente y piensa. Los dos restantes viven entre muros y expediciones disfrutando la vida cotidiana. Humboldt se encuentra en territorio venezolano, devorado por mosquitos incansables día y noche. Víctima de los piquetes, su piel se llena de llagas; es su criada Altagracia la que intenta disipar el dolor con curaciones, baños y humaredas de hierbas. La casa la comparten con el artista Sinforoso y Aimé Bonpland, compañero de viaje francés.


No obstante, la importancia del explorador botánico toma un verdadero protagonismo a través de sus extraños espejismos. Cinco veces en total se le presentan diversas escenas durante la hora de duermevela. Sus somnolientas visiones son constantes y de carácter inexplicable. Formas extrañas, nubes oscuras y un cuervo que grazna entre ronquidos y bostezos hasta desgarrarlo, son algunas de las escenas presenciadas en su inconsciencia. Humboldt parece no poder adaptarse al agreste panorama caribeño y sus síntomas son notables. Según Todorov (1999), la presencia de elementos fantásticos aleja a los lectores de su acostumbrada realidad y permite un condicionamiento para hacer pensar que lo extraordinario es posible. Este proceso permea a los personajes y al lector al dejar preguntas regadas por todo el libro, tales como: ¿Qué intenta decirle el Caribe a este extranjero? ¿Por qué su sensibilidad es más poderosa que la de otros personajes? ¿Su misión es la de explorador o la de canal entre el otro mundo y el real?


La representación de los sueños se hace constante durante la obra. Las eróticas fantasías de Manuelita, sepultada entre cal viva y restos humanos, presentan un oxímoron muy peculiar. El cadáver descompuesto de la heroína anhela besar y acariciar el cuerpo escultural y rígido de un marinero holandés. Su belleza costera y cabello claro son para ella un elíxir que ni la palidez de la muerte puede mancillar. A esto suma sus ensoñaciones de Bolívar, amante viril y enérgico que con “espada en ristre” siempre lograba dejar a Sáenz muerta de placer tras cada batalla. Para Von Hardenberg (1971) el sueño representa un desgarro que penetra la mente y deja rastros en la conciencia y el actuar, traspasando la realidad. Su presencia en los capítulos del libro deja entrever que los personajes están en constante caos, nunca descansan realmente y una fuerza externa se manifiesta mientras duermen.



Así mismo, Ribas logra soñar mientras su cabeza deambula entre llanos y matorrales. Su testa no deja de sentir, aunque sea tirada al río, freída con manteca de cerdo, empalada como símbolo y exhibida en la plaza. Fue el primero en soñar y en ser atormentado por visiones de Bolívar y por soldados que lo apresaban para su ejecución. Sus visiones en la luna, caminando y flotando en la inmensidad, son interrumpidas por un cuervo. De igual manera, DeForest inicia su travesía ensoñando hasta realizar sus ilusiones. Su sueño es invadido por cuervos que lo acechan y lo obligan a comportarse dócil y sumiso con ellos. Desaloja terreno para brindarles techo y comida. Es él quien le entrega a Humboldt un cuervo, uno muy especial que saluda en alemán, canta y parece casi humano. ¿Qué tipo de poder tiene DeForest? ¿Por qué el animal atormenta a todos menos al alemán? ¿Cuáles son los verdaderos poderes de este pájaro oscuro?


En cuanto a referencias, la obra de Miranda logra demostrar una versatilidad que mezcla géneros en un mismo escenario. Los guiños a escritores extranjeros son notables. El trabajo de Poe, por ejemplo, es referenciado con el ave de rapiña, la mención a El barril del amontillado y la evocación del entierro como elemento constante en la obra del escritor norteamericano (vista en sus relatos Ligeia, Morella, El retrato oval, El entierro prematuro y El corazón delator) hilados al episodio de Manuelita Sáenz. Esta última es testigo de la llegada del escritor Herman Melville en la ballenera Acushnet; su hermosa figura genera en ella locos deseos de tenerle. El autor de Moby Dick se halla inmaculado entre cadáveres obscenos que no lograban marchitar su excelsa belleza. Por otro lado, la mención del escritor cubano José Martí, quien aparece en el libro de Humboldt, supone un enigma en la trama: él le pregunta a su criada si conoce a dicho hombre, pero a ella no le dice nada del nombre en cuestión.


La novela rememora obras de otros colombianos contemporáneos: los achaques de Humboldt son similares a los tormentos del General Juan de Mañozga en Los cortejos del Diablo de Germán Espinosa, al no poder soportar el clima y las plagas del Caribe. Los tintes fantasmagóricos conjugados en Miranda suenan a Mutis en La mansión del Araucaíma, al hablar de personajes excéntricos que no pueden salir de su casa por motivos extravagantes, como el “hermoso” Sinforoso, como lo llama Altagracia, quien mantenía desnudo en su bañera, pintando sin descansar o paseándose sin ropa por toda la casa. Este lunático artista se la pasaba coloreando, al parecer, el mismo retrato regalado a Napoleón Bonaparte y que plasma a un ser mitad pájaro mitad hombre. A su vez, la obra pudo haber sido un epítome del Gótico Tropical de Luis Ospina y Carlos Mayolo. Su puesta en escena trae a colación parajes frondosos y calientes donde la muerte huele a papaya y las víctimas se cuecen al sol de mediodía.


En conclusión, la obra de Miranda devela una historia patria sin heroísmos ni adornos. Según su planteamiento, la guerra siempre dejará más daños que ventajas y el mismo pueblo mártir continuará venerando a sus verdugos. La huella hablada de Bolívar es la representación de su presencia dentro de la obra, no necesita aparecer en carne y hueso para saberse vivo. El desarrollo común compartido por los personajes se asemeja al pensamiento colectivo colombiano: miedos del pasado, creencias desbocadas a lo sobrenatural, guerras y dolores silenciados por carniceros omnipresentes, y una atmósfera de muerte que nunca deja de sentirse. Es la agonía de las víctimas de incontables masacres, las que lloran desde el más allá, cuyo lamento no puede detenerse. Ellas deambulan como Ribas buscando un descanso, como Manuelita naufragando en mil pedazos en el mar.


Referencias

Bajtin, Mijail. Problemas de la poética de Dostoievski. Santa Fé de Bogotá. Fondo de Cultura Económica, Breviarios, 1993. Impreso.

Castillo Balmaceda, Sandra. “Lo fantástico en La risa del cuervo de Álvaro Miranda: un intento por deconstruir el interior/exterior del relato nacional en Colombia”. Tropelías. Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada 32 (2019): 45-56. Digital.

Miranda, Álvaro. La risa del cuervo. Bogotá: Ediciones De Quincey, 1984. Impreso.

Todorov, Tzvetan. Introducción a la literatura fantástica. Trad. S. Delpy. México: Ediciones Coyoacán, 1999. Impreso.

Von Hardenberg, Georg Philipp Friedrich. Novalis. Antología poética Las mejores poesías (líricas) de los mejores poetas X. Barcelona: Cervantes C.A.,1971. Digital.

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