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LA ÚLTIMA CARTA DEL DOCTOR B.


Daniel Zapata Villa

Cali, Valle del Cauca

Estudiante de Doctorado en Humanidades de la Universidad del Valle



Aquello que inició en Viena durante la primavera de 1903 finaliza hoy, la historia de mi vida ha llegado a su fin. Es irónico pensar que los campos de concentración de Dachau y Buchenwald no pudieron acabar conmigo. De aquel hombre condenado por su origen judío que luchaba día tras día para sobrevivir no queda sino el semblante. Hoy, lejos de los nazis, las universidades, los laboratorios y los juicios éticos que marcaron mi devenir, termina mi vida en manos de una capucha plastificada.


A usted, querida amiga (quizás la última que me queda), que en varias ocasiones me preguntó si mis investigaciones sobre los efectos del estrés excesivo en la personalidad de los individuos estaban relacionadas con mi pasado en los campos de concentración, déjeme decirle que aún conservo la respuesta que le di a un valiente joven de la escuela ortogénica de Chicago: Lo que se ve… no se pregunta.


Puede que usted piense que mi deceso se debe al ataque de apoplejía que sufrí hace un par de años. Nada más lejos de la realidad. Si bien es cierto que mi condición física ha limitado en sobremanera mi espíritu, no ha afectado la esencia de mi capacidad cognitiva; por ende, aún puedo continuar con mi actividad intelectual. No obstante, esta ya no tiene valor alguno, por tanto, mi vida entera tampoco.


Creo que ya ha podido develar los motivos de esta irreversible decisión. No pido ser reivindicado, una vida de errores y mentiras debe concluir en el más puro silencio y anonimato. No pido titulares en la prensa, tuve suficientes en años anteriores. Tampoco deseo ser honrado por las distintas sociedades psicoanalíticas, aunque con ellas estoy en paz, solo en ellas pude ser yo mismo; entre Freud y Lacan surgió el más puro Bruno Bettelheim, aquel que merece trascender, no el que dedicó treinta años de su vida a doctrinarios y fanáticos estudios sobre el autismo.


No quiero que recuerden al hombre de las investigaciones sobre psiquiatría infantil. Recuerdo que gasté gran parte de mi fortuna comprando los textos de aquel sujeto y quemándolos, para que así nadie conociera aquella monstruosa obra. Espero que mis esfuerzos no hayan sido en vano y en el futuro las personas solo lean El psicoanálisis de los cuentos de hadas.


Toda mi vida se caracterizó por distintas luchas internas y externas. Nunca tuve paz, ni siquiera cuando pisé por primera vez el suelo americano, la tierra de los emigrantes; ni siquiera este continente pudo hacer que olvidara mi antisemitismo.


Tras mi muerte, será inevitable que escuches diversos adjetivos como: tirano, plagiario, falsificador o impostor. Sin embargo, recuerda al hombre que tomaba café contigo observando los hermosos atardeceres de Illinois, o las tardes de pícnic frente al lago Michigan. Solo deseo verte por última vez y que me digas “te perdono”.


Hoy tengo la oportunidad de volver a iniciar mi vida, una vida que está más allá, inserta en la metafísica. Hoy me siento igual que aquel once de mayo de 1939, cuando llegué a Estados Unidos y volví a empezar; no desde cero, pues contaba con mi ingenio y un público ingenuo que supo escuchar la historia de Patsy y las demás mentiras relacionadas con el autismo. ¡Sí, son mentiras!, nunca te lo había dicho, pero estoy convencido de que lo sabías. Lo vi en tus ojos, por eso siempre te mantuve a mi lado, pues me querías a mí, y no al Dr. B.


Solo te pido que recuerdes siempre a Bruno Bettelheim y entierres en las profundidades del olvido al Dr. B.


Tuyo por siempre

Bruno Bettelheim

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