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  • Foto del escritorRevista Lexikalia

LA LUNA EN SU CAMA

–Danny Cano–


La luna tiene frío, tiembla en el agua. Como es de noche todos duermen. La luna duerme en el charco. Me quito la manta para abrigarla. Las ramas de los árboles son los dientes de la luna que castañetean intentando atrapar la brisa que corre. El estómago me ruge. Tengo hambre. Los dientes de la luna muerden mi estómago. Y también tiemblo de frío. La luna tiembla en mi boca. Y mi madre, junto a mí, ronca. Nos han demolido la casa. El ejército venezolano llegó con esas máquinas grandes y nos pidieron desalojar la vivienda. Estamos agotados de tanto caminar por la trocha. Hay piedras, matorrales y árboles. El río pamplonita rumorea cada vez más cerca de nosotros. El hambre rumora en mi estómago y en la garganta de mi mamá, que me ordena dormir a su lado, pero no puedo porque he arropado a la luna y no quiero que la despierten. Los grillos cantan y resultan molestos. «Cric, cri…» los escucho. Los dientes de la luna no dejan de castañetear en los árboles. Despertará los pájaros que descansan en sus nidos. Yo también soy un pájaro, mi mamá es la mamá pájaro, y nos han destruido nuestro nido. Ahora no tenemos a dónde ir, ni qué comer. Bajo la manta en uno de sus bordes, algo se abulta, delgado, zigzagueante. «No despiertes a la luna», le digo. Levanto aquel borde de la manta para averiguar quién es el intruso. Es una lombriz. Los pájaros comen lombrices. Yo lo agarro entre mi pulgar y mi índice derecho. Abro la boca y digo: «Ah…», el trencito, decía mamá cuando me daba sopa en la que era mi casa, «chu… chu… chu», así silban ellos. La lombriz repta en el aire, suspendida por encima de mi boca. Mis dientes la mastican. Yo soy un pájaro: «Pío, pío». Antes le había pedido permiso a la luna para lavar la lombriz en su cama acuosa. Me respondió afirmativamente con un murmullo. Los árboles mueven sus ramas y la noche es oscura como las sombras que se tienden de los troncos. Cada sombra es un dedo. El cielo tiene muchos dedos y uno de ellos se desliza bajo la manta. No quiero que la noche se lleve a la luna. Aunque casi siempre lo hace antes del amanecer. Por ahí a las cinco de la mañana el cielo se la come. El hambre hace lo propio con la lombriz en mi estómago. Era un tanto pegajosa y fría, como la noche oscura. Los dientes de la luna lanzan sombras sobre nosotros. Es el techo. El techo de mi antigua casa nos protegía de la lluvia, era el sombrero de las paredes. En una de las paredes había una “D” roja, marcada por el dedo de un aerosol. Los dedos de la noche no tuvieron nada que ver con eso. Fue el ejército venezolano. Éste es un dedo de Maduro. En la casa de Miraflores él lo dobló y nos golpeó con su uña. Muchos salimos despedidos por el impacto, la mayoría con lo que teníamos puesto. Yo con mi manta, pues dormía en la habitación, antes de haberme despertado el ronquido de las máquinas, las voces fuertes de los soldados que hablaban con mamá. Ahora estamos aquí… Me he quedado dormido. Mi mamá se ha levantado y me dice que debemos seguir el camino con los demás. El sol es caluroso. No sé si es porque he respirado sus rayos pero me ha dado calentura. «Tienes fiebre», dice mamá. Cuando llegamos al río algunas personas se acercan a socorrernos. «Vamos al albergue», nos dicen. Desconozco aquella palabra. «Albergue, qué será», pensé, «Espero que nos den de comer». Miro el cielo. Mis ojos repelan la mirada. Me siento triste. Debo esperar la noche para que las nubes glotonas vomiten la luna y preguntarle: «¡Oye, luna! ¿Te ha gustado mi manta?»

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