top of page
  • Foto del escritorRevista Lexikalia

I'll never go back to Habana

Actualizado: 11 nov 2021

Álvaro Lozano Gutiérrez

Bogotá, Cundinamarca

Docente


Noche de esas donde todos los gatos son pardos. La neblina en los ojos y el amargo sabor de boca fue lo primero que percibió. Y desde luego la cabeza dolorida, aunque en estas circunstancias no precisaba explicar si era por el exceso de whisky o a causa de las líneas de cocaína que aún se dibujaban en la mesa de centro.


— Puta madre, me soñé que estaba otra vez en La Habana, y fíjate que mi madre me decía, así sería como es ella: “Volviste porque uno nunca se va de su casa…”


Al retirar la mirada de la lámpara del techo se dio cuenta que estaba solo. Hizo lo posible por recapitular los sucesos del día anterior y llegó a la conclusión, no menor en todo caso, que otra vez había terminado emparejado al final del concierto, bebiendo casi hasta la inconsciencia y encerrado en su hotel con alguna admiradora.


—Bueno, por lo menos tendrá algo que contar…


Hacía veinte años no se daba respiro. Todo se reducía a giras por Latinoamérica, entrevistas, conciertos improvisados en salones de salsa y dormitar en estudios de grabación. Sergio Elizondo, Sofrito para los amigos, evocaba con su voz el timbre marinado de Benny Moré y el fraseo elegante que todos buscan en los auténticos cantantes cubanos.


Unos golpecitos sutiles en la puerta lo sacaron de sus cavilaciones. Al principio decidió que lo mejor era ignorarlos para robarle a la mañana algunas horas de sueño, pero ante la insistencia no le quedó otra que levantarse. Caminó penosamente hacia la puerta, no sin antes echarse una mirada en el espejo para comprobar si la silueta todavía le correspondía. Y si, seguía siendo Sergio Elizondo a pesar de una cruda que amenazaba con borrarle todos los pensamientos de la cabeza.


— Presento de antemano excusas señor Elizondo. Hace diez minutos llegó un mensaje a la gerencia del hotel y consideramos conveniente entregárselo personalmente.


— Si es por lo del ruido de anoche me disculpo… Ustedes saben que soy un caballero a carta cabal pero ayer me pasé con las copas… Chico, cosas de la emoción por mi reencuentro con Cheito Feliciano, mire que hace tres años no cantábamos juntos, desde ese malentendido en la discoteca de Queens.


La mirada de la administradora lo seguía sin ninguna emoción. Aquello lo subyugaba de los gerentes de hotel que conocía entre gira y gira. Movimientos estudiados para disimular las palabras, ademanes que parecían más una fórmula secreta que el ritual eterno del protocolo. Saberse tenido por alguien importante.


— Señor Elizondo lamento informarle que hoy a las 10:00 a.m., hora de La Habana, su señora madre, doña Beatriz Ureña de Elizondo, ha muerto. Parece ser que fue un infarto cerebral. En nombre del hotel lamentamos su pérdida.


Solo apuró a cerrar la puerta. Después de algunos minutos que tomó para rumiar la noticia supo que en este caso era totalmente ineludible: debía volver a Cuba para despedirse de su madre.


Ilustración: Diana Sofia Castro @muna_mandarina /Cali, Valle del Cauca


Camino al aeropuerto, las llamadas se multiplicaron. El sopor que sentía, más que por la noticia, se debía al presentimiento: lo había soñado… Lo había soñado y se hizo realidad. Hacía unos días un amigo suyo, con el que se reunía para hablar de la Habana, le regaló el CD de Buena Vista Social Club producido por Ry Cooder. Recordó que Ibrahim Ferrer, a quien encontraron embolando zapatos a las afueras de algún local de baile, entre sus múltiples ocupaciones también tenía la de ser recaudador de “Charada”, lotería cubana traída por los chinos y prohibida por supuesto por el gobierno de Fidel. Para ganar sus apostadores clandestinos se ingeniaron un sistema por fuera de toda lógica científica, socialista o no: los sueños y presagios apuntaban donde apostar. Sí alguna vez alguien soñaba con un ave en pleno vuelo le pondría algunos pesos al 24, si no ganaba se decía para sus adentros que había interpretado mal el presagio o que en todo caso sería para otra vez.


— ¿Cuál es el motivo de su viaje a Cuba?


— Mi madre ha muerto… Espero llegar para poder darle cristiana sepultura.


Los sueños eran tan importantes para su madre que nunca dejaba de interpretarlos. Eran sencillamente el llamado de los babalaos que gustan de prevenir a sus fieles quienes supieron esconderlos entre las formas piadosas de santos católicos y vírgenes. Pero doña Beatriz nunca estuvo consagrada, sólo a Changó o Yemayá. Desde muy niña, influenciada por su padre que fue cónsul en París a principios de siglo, fijó su atención en la doctrina espiritista de Allan Kardec, y así sería incluso después del triunfo de la revolución. Uno de los recuerdos más vívidos atesorados por Sergio fue aquella vez que vio a Fidel en su casa. Con las manos entrelazadas alrededor de una mesa de roble preguntó si su muerte estaba cerca. La respuesta fue tan perentoria como inusual: Fidelito, tú te vas a morir cuando te dé la gana.


—Yo estuve en su concierto en Cali, la verdad me gusta mucho más su voz que la de Rubén Blades, pero es que a mí me atrae más la salsa cubana que la que se graba aquí en New York…


—Gracias, aunque ojo, Rubencito es tremendo cantante… No tan bueno como Héctor, pero tremendo cantante.


—Ahora todo parece un sueño. Yo me fui hace diez años y puedo volver porque tengo un permiso especial para trabajar… Soy médico internista en Seattle. Pero bien que me tocó vérmelas, duré como tres años cuidando almacenes en Miami y vendiendo zapatos en Queens. ¿Y usted cómo hizo para el permiso?


—Seguí el consejo de mi primo José: Aléjate de las reuniones de veteranos anticastristas en el café Versalles, cuando menos se lo espera uno le dicen que se murió Fidel pero uno sabe que la cosa está jodida… Bien jodida.


— Pero dicen que este año si se muere.


— Si le da la gana…


El viejo Chevy del 56 le recordó un mundo donde el tiempo se detuvo inexorablemente al grito de “Patria o Muerte”. El malecón seguía oliendo a mar tropical y a palmeras sacudidas por la brisa. La plaza sostenía los retratos del socialismo que ahora muchos buscaban como destino turístico en un mundo carcomido por el descaro del consumo.


— Mire que todos se van… Uno quisiera seguir echando para adelante, pero la cosa está cada vez peor. Primero fue Angola, después el periodo especial y luego lo que sea esta mierda.


— Miami y New York van a terminar teniendo más cubanos que la Habana… Pero igual la cosa está dura en todas partes. Cuando llegué a Queens la gente me reconocía por ser el hijo de Beatriz Ureña de Elizondo, la espiritista de Fidel… De mis discos aquí nadie sabía nada.


— Y dígame la verdad, ¿es mejor Omara que Celia?


— Chico… Tú sabes que sí.


Penosamente subió la escalera que lo llevaría al tercer piso. Era un edificio diferente al que lo vio crecer. Las paredes aceptaron la pátina de la humedad con un estoicismo propio de quienes derrotados por la historia saben que han perpetuado su lugar en ella. A lo lejos escuchó una voz que arrimaba una melodía:


Que te importa que te ame,

Si tú no me quieres ya...

El amor que ya ha pasado,

No se debe recordar….


La puerta abierta lo esperaba… Al fondo la silueta se le hizo borrosa, como difuminada en una especie de sombra de mil colores. Después notó las otras figuras en la mesa… Al verlo Beatriz Ureña de Elizondo apretó las manos de sus compañeros en gesto de credulidad. Entonces, comprendió que estaba muerto. Por primera vez en veinte años sintió los ojos de su madre escrutarlo con amor infinito y esa alegría que le había negado al no permitirse regresar.


— Sergio, bienvenido… Volviste porque uno nunca se va de su casa.


Ilustración: Diana Sofia Castro @muna_mandarina /Cali, Valle del Cauca


280 visualizaciones1 comentario

Entradas recientes

Ver todo

1 Comment


Alvaro Lozano Gutierrez
Alvaro Lozano Gutierrez
Nov 12, 2021

Mil gracias por publicar.

Like
portada final 11_edited.jpg
logo-footer.png

REVISTA DE LITERATURA

logoblancotodo.png
bottom of page