–Mario Siddhartha Portugal Ramírez–
Se había iniciado la construcción de un nuevo túnel, uno que desembocaría en la parte norte del jardín, cerca de la puerta de la cocina y de las preciosas migajas que quedaban esparcidas a diario. Por ello, la reina de la colonia y el concejo de hormigas ancianas habían ordenado construir aquél ambicioso túnel, el más grande que jamás se hubiese hecho. La obra era tan portentosa que ninguno de los abuelos de la colonia recordaba historia o mito alguno que igualase tal hazaña, salvo la creación de la colonia misma, historia tan antigua que se perdía en el inicio de los tiempos.
La colonia entera estaba eufórica, por doquier se anunciaba con gran boato el túnel, obra magnífica que traería mejores días y que serviría de ejemplo de la grandeza de la colonia frente a otras colonias enemigas. Aquel anhelado túnel permitiría por fin tener tanta comida que solucionaría para siempre el problema de conseguir alimento. De esta forma, todos quedaron hechizados, en mayor o menor medida, con las ventajas que traería la obra.
El día que se iniciaron los trabajos, hubo una ceremonia presidida por el concejo de hormigas ancianas y la mismísima reina. Muchas hormigas lloraron al ver a la reina en persona, pues luego del alumbramiento eran separadas para comenzar su preparación para el trabajo, por lo cual raramente tenían la oportunidad de ver a su madre.
La reina se asomó al balcón preparado para la ceremonia. Estaba ataviada en un manto de hojas y su cabeza estaba adornada por pétalos trenzados, llevaba su cetro en la mano izquierda. Al verla, la colonia comenzó a vitorear a su soberana durante varios minutos y la algarabía habría continuado de no ser que la reina levanto el cetro: era su señal para hablar. El silencio se apoderó de la colonia. La soberana, de pie en el atrio, comenzó a hablar sobre los gloriosos días que vendrían. Al finalizar su intervención, la reina fue ovacionada con gran estrépito.
Las obras se iniciaron con algunos incidentes, una copiosa lluvia inundó varias galerías auxiliares matando a muchas hormigas y malogrando parte de las provisiones destinadas a las obreras. Pese al infortunio inicial y los malos presagios de algunas hormigas agoreras, se siguió trabajando con mucho empeño.
Los días y las semanas fueron pasando, la obra avanzaba pero el entusiasmo iba disminuyendo. El trabajo era brutal e intenso, a diario morían decenas de hormigas que inmediatamente eran suplidas por nuevas hormigas. No había tiempo ni siquiera para llorar a las compañeras, pues mientras las nuevas obreras se incorporaban al trabajo, los cuerpos inertes eran arrastrados al exterior para ser amontonados en un pozo que se había cavado para tal efecto. El pozo casi estaba lleno y pronto tendría que construirse uno nuevo.
En marzo, se toparon con la gran roca. Se decidió que lo mejor era rodearla por la derecha, pero parecía no tener fin. En julio el gran derrumbe, muchas compañeras quedaron atrapadas y no pudieron ser rescatadas. Debido a este incidente se tuvo que volver a cavar una parte significativa del túnel. Los meses siguieron pasando, el trabajo continuaba y el fin parecía lejano.
Las provisiones eran cada vez más escasas y se comenzó a racionar la comida. La colonia había quedado alejada, por lo tanto el suministro de comida era irregular. Muchas hormigas morían de hambre, pero aún así continuaban llegando nuevas hormigas, cada vez más jóvenes.
En noviembre, unas lombrices interrumpieron el trabajo. Perforaron varios puntos del túnel y el agua se filtró provocando derrumbes. Tuvieron que tapar todo lo perforado por los gusanos. La comida escaseaba aún más.
En diciembre, se toparon con la colonia vecina que excavaba un túnel en sentido perpendicular. La colonia vecina consideró que el gran túnel era una amenaza para ellas por lo cual enviaron a sus diplomáticos para evitar que se construyera la obra. Los oficios diplomáticos fueron vanos y la colonia vecina se retiró de las negociaciones anunciando medidas más drásticas. A finales de diciembre, varios destacamentos de hormigas guerreras de la colonia enemiga atacaron por sorpresa, matando a cientos de hormigas obreras. El hormiguero no estaba en condiciones de armar un ejército porque mucha de su población estaba trabajando en la obra, por lo cual buscaron reanudar las relaciones diplomáticas. Pese a la guerra las obras no pararon, al contrario, se exigió redoblar esfuerzos para recuperar el tiempo perdido y para suplir la mano de obra muerta en el ataque.
En enero se llegó a un acuerdo con la colonia enemiga: permitirían el paso del túnel a cambio de la mitad de las provisiones que tenía almacenada la colonia. La ración de comida disminuyó aún más y el hambre azotaba a las hormigas.
Cierto día, se anunció que la ración de comida se repartiría cada dos días. Las hormigas quedaron estupefactas al oír la noticia, el rumor fue creciendo hasta convertirse en rechifla y luego en gritos.
–¡A la huelga! –gritaron las más indignadas.
–¡Huelga! –respondió la multitud.
Las hormigas abandonaron sus puestos de trabajo. Las hormigas guerreras trataron de hacerlas volver a la fuerza, pero eran pocas y fueron fácilmente doblegadas por la muchedumbre. Las hormigas obreras tomaron por la fuerza el depósito de alimentos y descubrieron que los guerreros y los que dirigían las obras recibían la misma ración que antes que se firmase el acuerdo con la colonia enemiga.
Las hormigas obreras redactaron un documento con sus demandas. Entre las principales reclamaban recibir una ración de alimento justa y disminuir las horas de trabajo. Enviaron a un emisario. Este volvió después de algunos días con el mensaje del concejo de hormigas ancianas: las hormigas debían volver al trabajo o se atendrían a las consecuencias.
Las hormigas obreras se prepararon para ir a la guerra. Buscaron armas y aunque no tenían experiencia militar, no les faltaba voluntad para resistir la agresión del ejército. Armaron trincheras, trazaron estrategias, tomaron posiciones, pusieron vigías y una tensa calma se apoderó del campamento. El ataque llegaría en cualquier momento.
Una de esas tardes, uno de los vigías llegó corriendo y gritando:
–¡Ya vienen! ¡Ya vienen!
Las hormigas se parapetaron para esperar al agresor. Un silencio sepulcral se apoderó del campamento, algunas huyeron del lugar aterradas por la cercanía del ejército. Al poco rato el suelo comenzó a retumbar: eran las hormigas guerreras que marchaban al compás. Los pasos fueron retumbando cada vez con más fuerza, hasta que pudieron distinguirse las primeras filas.
–¡En nombre de la colonia y de su majestad, la reina, se les ordena volver inmediatamente al trabajo! –gritó el coronel que comandaba la escuadra.
–¡Nos negamos a trabajar mientras no se mejoren las condiciones para las obreras! –respondió alguien de la multitud.
–¡Las condiciones mejorarán cuando la obra esté terminada! ¡Habrá tanto alimento como quieran, podrán comer hasta que les revienten las panzas! –dijo el coronel.
–¡Promesas, promesas! ¡Estamos cansados de promesas! ¡Tenemos la panza vacía hoy! ¡Sus promesas no nos llenarán la panza! –gritó otra hormiga y la multitud aplaudió aprobatoriamente.
–¡Son unas traidoras! ¡Traicionan a la reina madre! ¡A quien les ha dado vida! –rugió el coronel.
–¡Pues la vida que nos dio nos la quita haciéndonos trabajar hasta morir en este absurdo túnel! –gritó otra hormiga.
–¡Voy a ponerles la situación clara! ¡La reina y el Concejo de hormigas ancianas me han enviado aquí para restablecer el curso de la obra, no para negociar ni escuchar quejas! –dijo el militar.
–¡Pues nosotras no volveremos al trabajo mientras no cumplan con nuestras demandas! ¡No hemos pedido nada que no fuese justo ni imposible! ¡Sólo queremos condiciones de trabajo dignas!
–¿¡Justicia!? ¿Qué saben unas miserables obreras de lo que es justo o no? La justicia pertenece a aquel que tenga la fuerza para poseerla y ustedes, miserables obreras, no tienen fuerza alguna ¡Vuelvan al trabajo en este instante! –gritó el coronel.
–¡Jamás! ¡Antes morir que seguir trabajando como esclavas!
–Pues eso sí se los puedo conceder –dijo el coronel con una sonrisa siniestra.
A una orden del coronel los destacamentos embistieron a las rebeldes. Las hormigas obreras resistieron valientemente, pero las hormigas guerreras eran mucho más grandes e iban mejor armadas. La batalla fue terrible, por todo el lugar se esparcían cuerpos muertos. Algunas hormigas moribundas gritaban de dolor hasta exhalar su último suspiro. Cuerpos mutilados por doquier, llanto y grito se confundían hasta convertirse en un estertor que fue languideciendo a medida que pasaban las horas.
Para cuando la batalla terminó miles de hormigas obreras habían sido aniquiladas. Las sobrevivientes depusieron armas y fueron obligadas a volver al trabajo. Las hormigas guerreras se tumbaron a ver a las hormigas obreras trabajar mientras se burlaban de ellas. La ración de comida para las obreras disminuyó aún más, aunque las hormigas guerreras tenían raciones dobles que comían delante de las obreras para mofarse de ellas.
Pocos días después se presentó la reina de la colonia en el campamento, acompañada por su séquito real y algunas hormigas ancianas del concejo. Las hormigas guerreras obligaron a algunas obreras a preparar un atrio para la reina madre, luego juntaron por la fuerza a todas las obreras.
La reina madre subió con dificultad al atrio. Las miró en silencio por algunos segundos y luego dijo: –¡Hijitas mías! He acudido a ustedes en cuanto he podido. Me he enterado de que unas agitadoras estuvieron sembrando la discordia entre ustedes, logrando confundirlas y obligarlas a abandonar nuestra gran obra. Pues ahora les digo que esas instigadoras han sido eliminadas y se reprimirá a aquellas quienes osen traicionar a nuestro pueblo ¡Hijas mías! No pueden siquiera imaginar cuán grande es el sufrimiento de una madre, más aún cuando son sus propias hijas quienes le traicionan. No tienen idea de cuánto he sufrido estos días, cuánto he llorado por todas ustedes. El corazón de una madre está inflamado de amor por sus hijas, aunque a veces ese amor signifique también castigo. ¡Les castigo porque las amo! ¡Las castigo para protegerlas de ustedes mismas! La sanción ha sido dura, lo sé, pero siempre fue guiada por mi amor de madre. Ahora les pido que vuelvan al trabajo, que lo hagan con tesón y sin descanso para culminar cuanto antes nuestra obra, la cual no podrá ser nombrada por nuestras nietas sin que la emoción les embargue. Ahora, hijitas mías, les pido que vuelvan al trabajo, se los pide una madre orgullosa.
Las hormigas obreras callaron por un instante, luego comenzaron a susurrar entre sí hasta que el susurro se convirtió en vítores a la reina. La huelga había terminado definitivamente. Las obras reanudaron su trabajo con denodado esfuerzo. Muchas más hormigas murieron, los alimentos siguieron escaseando, pero ya nadie reclamaba. La batalla contra las hormigas guerreras había diezmado a las obreras, pero la estocada final fueron las palabras de la reina: había aniquilado cualquier espíritu de resistencia.
Pasaron los meses y por fin un día la obra concluyó. Un haz de luz se coló por una pequeña abertura: por fin habían llegado a la superficie. Las obreras enloquecieron de júbilo y el campamento se llenó de canciones y bailes. Mandaron a un emisario a informar a la reina y a invitarle a la inauguración de la obra. La soberana envió un mensaje excusándose su ausencia a los festejos y en su lugar acudió una representante del concejo de hormigas ancianas. La hormiga anciana era muy malhumorada y poco dada a las fiestas, inauguró el túnel y casi de inmediato retornó a la colonia, pues odiaba tener que relacionarse con hormigas obreras pese a que en su juventud había sido una de ellas.
Al día siguiente, se hizo la última excavación para salir hasta la superficie. Salieron las primeras hormigas para ver el paraíso prometido: la cocina donde el alimento estaba esparcido hasta por los suelos.
La estupefacción se apoderó de la multitud. En el lugar donde alguna vez estuvo la cocina sólo quedaban ruinas. La multitud fue rodeada por las hormigas guerreras. –¡E! ¡De vuelta a la colonia! ¡Su majestad ha ordenado que mañana comenzará la construcción de un túnel hacia el lado sur, por debajo de la cerca!
Las hormigas obreras se metieron al túnel en silencio sin romper la formación. Un sentimiento de frustración se apoderó de la multitud. Caminaron en silencio durante días por aquel túnel donde sus compañeras habían perecido. Cuando llegaron al lugar donde se había librado la batalla, creyeron escuchar los gritos de las hormigas caídas.
Al día siguiente retornaron al trabajo.
[Publicado en Lexikalia Número 6 - Marzo de 2018]
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