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DE MELANCOLÍA Y DROGAS


Juan José Arango Sanabria

Santa Marta, Magdalena

Estudiante de Cine y Audiovisuales de la Universidad del Magdalena



Es de noche, ultima ruta. El bus está medio vacío, medio lleno, como el vaso. Él está sentado del lado derecho, junto a la ventana, observando el mundo nocturno que se arropa en el sereno de las nubes melancólicas.


Su cabeza recostada en la ventana, con los audífonos puestos escuchando música de Andrés Correa y Ed Maverick. Artistas añadidos en su playlist, De la melancolía y drogas. Se encuentra ensimismado, piensa en un montón de posibilidades, creando videoclips para cada canción triste que escucha, Carpe diem, Deus ex machina, Decessus, Post mortem, nada de eso sirve.


Ilustración: Fidel Valencia Robles – FB: Fidel Alberto Valencia Robles

¿Por qué? ¿Por qué fue así? La vida no está hecha para mí, tararea las letras de esa canción nostálgica que le aclara sus pérdidas. No está drogado, la verdad es que se siente bien, así sin despegar su mirada de la ventana, creando películas con los transeúntes que inspecciona. Las tiendas cierran sus puertas, los vendedores ambulantes se refugian de una posible fuerte lluvia, las prostitutas buscando clientes, el hombre vendiendo drogas y el niño pidiendo dinero. Mezcla todas esas imágenes con el acústico que acaricia sus ideas. Para tranquilizar el alma, otra de sus playlist favoritas, más movida, en inglés; esa música le acompañará por lo que queda de ruta; el sentimiento es el mismo, pero ahora las imágenes cambian, los videoclips realizados de improvisto en el set cerebral se conjugan con las luces de la ciudad, los led con anuncios, los bares de la zona rosa, los semáforos y demás señalizaciones.


Levanta sus pies, acurrucado en la incómoda silla, cierra sus ojos mientras sus audífonos difunden a Rainbow Kitten Surprise, Devil like me. Ahí se queda, con una canción tan solapada que le hace querer correr, pero que a la vez le aprisiona el corazón y los pensamientos. El bus frena, abre sus ojos...


Donde te quedas, pregunta el chófer mientras lo mira a través del espejo retrovisor, En la diecisiete de Bastidas, Eso lo pasamos hace ocho cuadras, ¿Y ahora?, pregunta él, Pues ahora te toca caminar ocho cuadras, culmina el chófer, Está fue mi última ruta. Él baja del bus, no se quita los audífonos, suena Live in the moment, Portugal The Man. Son ocho cuadras, camina apresurado, no queriendo ser blanco de la delincuencia a horas tan altas de la noche, no es un barrio seguro, sin embargo mantiene sus audífonos.


Varias motocicletas a mucha velocidad pasan por el lugar, él no escucha los motores, solo escucha la batería de What went down. Saca su celular, entra al reproductor y pasa a otra playlist, Podemos vivir para nosotros mismos, canción número diez, Todo lo que fui. Cuadra número tres, faltan cinco, guarda su celular y la música en español le traiciona de nuevo, ahora camina más lento, agacha la mirada y de vez en cuando arrastra los zapatos. Se ve perdido, se deja ganar por los recuerdos negativos, el demonio ha vuelto a sobreponerse ante su voluntad. Ya dime si quieres estar conmigo o mejor me voy, Ed Maverick sonando de nuevo, las ganas de vivir le son escasas. Su sombra cambia constantemente de dirección, en instantes se queda sin sombra, no por la luz, sino por la oscuridad; el mundo nocturno le arropa el cuerpo, se le traga la existencia. No hay nada en él, sus ganas han desaparecido totalmente. se detiene, entonces toma asiento en un andén a mitad de la quinta cuadra. No quiero estar tan solo, Simón Poxyran; de su chaqueta saca una cajetilla de cigarrillos, toma uno con su boca, el encendedor le da propósito a la nicotina, Si estoy con vos es mucho mejor.


Una moto, dos motos, un auto y un anciano en bicicleta. El sereno mañoso, la noche es agazapada, sospechosa, y él su cómplice. Es caprichoso y no se retira, entiende que pronto vendrán y espera pacientemente, ya conoce su deseo. Cierra sus ojos y se llena los pulmones de humo, A ti y al daño, perfecta para el momento de seducción a los deberes de supervivencia nocturna.


Dame el celular, una voz exige, él abre los ojos, se levanta, ¿Pueden matarme?, pregunta, Qué dices, maricón, grita el parrillero apuntando con el arma, Si, es que ya no quiero vivir, ¿Tienes problemas?, pregunta el que va de conductor, Qué nos importa eso, opina el parrillero, No tengo problemas, tampoco ganas de vivir, contesta él. Los delincuentes no hablan por un momento, él saca un lapicero y una hoja, ¿Qué les parece si anoto que ustedes me mataron con mi consentimiento?, quiero decir que es un suicidio, he estado sentado aquí esperando por ustedes, Estás loco, hombre, dice el parrillero, Dame el puto celular; el joven anota en el papel y se lo enseña al conductor. Se estrechan las manos, como aceptando el trato, el chico entrega su celular, el parrillero lo devuelve, No, no, estás loco, sigue escuchando tu música. El conductor apunta directo al corazón, dispara dos veces, el cuerpo cae, el motor de la motocicleta a toda energía, se mezcla con el estruendoso rango dinámico de la lluvia que se presenta, los audífonos testifican con Corazón de Andrés Correa.


El papel queda atrapado en la mano derecha, la cual está empuñada. Morir ha sido mi deseo, mi intención, por favor lleven a mi ataúd buena música.

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