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CARTA AL HERMANO


Remite: Un animal herido, sangre de tu sangre.

Recibe: El ausente, el intermitente, el desaparecido, el ambiguo, el invisible… el hermano.



Podría perfectamente suprimirte de mi vida (…)

pero te amo.

Darío Jaramillo Agudelo


Supongo que empezaré por contarte lo inevitable. Después de tantos años ya no soy la niña frágil que lloraba a gritos sentada en los escalones de la cocina y que corría a buscar a mamá cada vez que me regañabas. Ahora sólo lloro en las noches, casi en silencio y con el rostro hundido en la almohada. El tiempo ha pasado. Crecí, y conmigo también lo hicieron mis abismos.


Ilustración: Cristian Cajiao

A menudo recuerdo cuando era pequeña, agarrabas mi mano y caminabas conmigo por la calle. Yo te soltaba y me entretenía jugando con piedritas, persiguiendo bichos o arrancando flores del camino sin preocuparme demasiado por tu presencia. Algunas veces, te escondías de mí y yo te buscaba atemorizada sin saber cómo llegar a casa. Justo antes de que rompiera a llorar, salías de tu escondite con esa sonrisa idiota tan tuya estampada en el rostro. Entonces yo corría hacia ti, abrazaba tu cadera y me agarraba fuerte a tu brazo asegurándome de no soltarme durante el resto del camino. Un día el juego fue definitivo. Te escondiste de mí y por más que te llamé no saliste a mi encuentro; me abandonaste para siempre en un lugar que no conocía.


¿En qué momento me soltaste? Huiste, te fuiste sin pensar que me quedaba sola sin nadie que me enseñara el camino a casa. Después de ti, nadie trenzó mi cabello ni limpió mis lágrimas, nadie escuchó mis historias inventadas ni mis secretos, nadie me protegió de los hombres. Después de ti, aprendí de soledad y desamparo, pero también de fuerza. Te fuiste demasiado pronto para salvarme y tuve que aprender a hacerlo sola.


No ha sido fácil intentar vivir estos años con una imagen tuya inventada, construida con los retazos que proporcionan los recuerdos, el viejo álbum familiar y la incierta información de tu presente. No ha sido fácil admitir que, en un intento por recuperarte, busco en todos los hombres el reflejo de tu carácter, tu ceño fruncido, tu figura larga y delgada, tus ojos tristes…No ha sido fácil reconocer que hoy eres un extraño del cual tengo pocas certezas, y a quien sin embargo, busco siempre como el animal herido busca refugio y sosiego.


Me duele pensar en todas las veces que quise tenerte a mi lado y las que te odié por abandonarme, por no llamar en el momento difícil o importante, por huir, por no llegar nunca, por romper tantas promesas, por liberarte del yugo que supone la sangre y heredarme una responsabilidad familiar que no me correspondía. Ahora entiendo que si no estuviste presente, fue porque intentabas construir una vida propia y que eso reclamaba especial atención y empeño. Que siempre quisiste ayudar a la familia. Que algunas veces pensaste en volver a casa, pero te detuvo ese orgullo tan propio de mamá. Ahora que entiendo que la vida es una ruta injusta que a veces sonríe en contravía, ahora que he seguido tus pasos y también he recibido golpes, ¿No crees que es hora de volver?


Ya ves, después de tantos años aprendí a vivir sin ti y a extrañarte a veces. Pero ahora, que en mi pecho crecen piedras que arden como volcanes, siento que vuelvo a ser la niña vulnerable y frágil que una vez conociste. Y esa es la razón por la que te escribo. Te escribo porque te amo y quiero verte, porque necesito que me acaricies y me digas que todo está bien, que estás conmigo, que ya pasará. Te escribo porque soy un animal herido que morirá pronto y no quiero hacerlo sin recostar mi cabeza en tu regazo, sin sentirme niña y tuya, sin nacer de nuevo entre tu pecho… Te escribo mientras sueño con el encuentro que no llega y el abrazo que bastaría para perdonar toda una vida de ausencia.


Siempre tuya, Mar.


 

Mar Valencia Millán

La Unión, Valle del Cauca

Estudiante de Licenciatura en Literatura de la Universidad del Valle

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