Juan Carlos Galindo Realpe
Cali, Valle del Cauca
Estudiante de Licenciatura en Matemáticas
y Física de la Universidad del Valle
De haber sabido que el paseo era tan largo y aburridor me hubiera quedado en la casa. Le hubiera dicho a mi mamá que sí, que mejor me dejara con mi tía, que yo me le aguantaba el olor de viejita, que esta vez sí le haría caso y no le sacaría la lengua cada vez que me pellizcara los cachetes. Pero eso me pasa por agregada y arrebatada, así como le decía mi papá a mi mamá que día. Yo sé que soy así, en cambio a mi mamá no le gustó mucho que mi papá le dijera eso: de una comenzó con una chilladera bien brava y a mi papá le tocó mimarla un rato. Yo entendí a mi mamá ese día. Así mismo me ponía yo cuando quería hacer algo y me gritaban tantas veces que me quedara quieta, hasta que ¡lleve! su jalonazo de pelo, con eso quién molesta más. Mi mamá en cambio ese día colgó el teléfono y no había quien la parara; se cambió de ropa y ya iba a salir dejando la pitadora prendida. Si no es por mi papá, que la puso a chillar un rato, por allá hubiera caído como una arepa, así mismito como me caigo yo cuando salgo de arrebatada a la calle.
Después de eso no volví a ver a mi mamá en todo el día, estuve con mis primas jugando a la tiendita hasta que se nos acabaron los billetes de tanto arrancarle las hojas al palo que había en el parque del barrio. Luego una vecina nos dijo que dejáramos quieto el arbolito, que cada hoja que arrancábamos era como si le quitáramos un dedo, y yo de asesina no quería tener nada, entonces hasta ahí jugamos. Mi papito Chucho también me había regañado un día porque me vio cogiendo los chapulines del parque. Yo los agarraba, les quitaba las patas largas para que no se me volaran y los metía en una chuspa hasta que me aburría y los dejaba salir. Mi papito me decía que si los dejaba sin esas patas era más fácil que los otros animales más grandes se los comieran, que era como si yo los matara. Cuando me acordaba de esa cantidad de chapulines que había dejado inválidos me ponía a chillar, entonces mi papito me cargaba, me hacía dormir y cuando estaba anocheciendo me llevaba al parque a ver las luciérnagas. Yo me ponía a correr por el pasto, que por poquito ya me tapaba, y las luciérnagas salían todas en manada. Mi papito me enseñaba a cogerlas con cuidado para que viera cómo alumbraban encerradas en mis manos, me decía que los bichitos del parque no me tenían miedo, que me habían perdonado. Entonces yo dejaba de sentirme mal.
Él era al que más quería porque mi mamá se la pasaba regáñeme y regáñeme, y al resto de gente ni les gustaba que me llevaran de visita a sus casas porque yo jodía mucho. Si yo jodiera tanto mi papito tampoco me querría. Él me decía que me tenían envidia porque yo hablaba más y era más bonita que el resto de mis primas que eran todas calladas y pálidas. A mí igual me caían bien mis primas, pero prefería mil veces jugar con mi papito, él ni para bañarme ponía problema. En las mañanas, cuando había llovido en la noche pasada, me hacía poner el traje de baño y me decía que me pusiera debajo del árbol que había en el parque de por la casa, y como él era todo grandote comenzaba a zarandear ese palo para que me cayera toda el agua que habían quedado en las hojas. Él me seguía la corriente, con él todo se hacía jugando, con él yo vivía jugando y yo por eso no me le despegaba. Cuando hace días me dijeron que se iba de viaje me puse a llorar porque me tocaba quedarme con mi abuela, y ella era peor de malgeniada que mi mamá. Mi papá se la pasaba trabajando y mi mamá mantenía saliendo. Cuando volvía, me decía que mi papito mandaba saludes, que ya casi iba a volver; y yo nomás con eso me ponía a dar vueltas por la casa de la felicidad.
Hoy por fin lo pude volver a ver, pero andaba dizque dormido. Yo lo movía para que se levantara y fuéramos a comprar mecato, pero estaba bien foquiado. Mi mamá se me arrimó y me dijo que lo dejara dormir, que estaba muy cansado y si no descansaba bien entonces no podíamos después ir a la tienda. Me puse entonces a cuidarle el sueño a mi papito, porque a la cantidad de gente que había venido ese día a la casa no le daba pena haber llegado sin traer nada, y tras de eso a acabarse lo del desayuno de la casa. Yo fui de puesto en puesto a decirles que ¡chito!, que dejaran la bulla, que mi papito tenía que descansar para que me pudiera llevar a la tienda, pero esa gente más bulla hacía. Ahí fue cuando mi mamá me dijo que se tenía que ir a un paseo, que me quedara con mi tía; ahí mismito empecé yo con mi berrinche de que quería ir, de que quería ir. Ahora acá estoy lo más de aburrida después de aguantarme ese viajezote en bus para que, tras de eso, tenga que soportar esas misas eternas de las que tanto me escondo cuando mi abuela busca quien la acompañe los domingos. Yo solo quiero que esto se acabe, quiero llegar a mi casa, despertar a mi papito, quiero que me lleve a la tienda y me compre mecato, quiero agarrármele de una pata y que camine conmigo colgada, quiero que llueva y mueva el palo de la cuadra para mojarme, quiero decirle que me ha hecho falta y que llevo varias noches recordando otra vez a los chapulines, quiero decirle que me lleve al parque y se ponga a buscar conmigo luciérnagas.
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