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  • Foto del escritorRevista Lexikalia

BESO DE NOVIA

Javier Antonio Arias

Cali, Valle del Cauca

Diseñador gráfico del SENA


Llevaba dos horas mirando por la ventana, absorto, invadido por una mezcla de miedo y fascinación. Era su primera noche en la casa que habían comprado sus padres justo unas semanas atrás, en un prestigioso barrio de la ciudad de casas centenarias. Por primera vez David tenía su propia habitación, le parecía justo y genial. Ya tenía catorce años. En su calle había una casona misteriosa de la que se contaban viejas leyendas, no podía dejar de mirarla desde su habitación, le tenía cautivado.


La vieja casona no tenía puertas, no había manera de entrar o salir de ella. Su fachada solo tenía una pequeña ventana de barrotes en la mitad de las descoloridas paredes ¿A quién se le había ocurrido la siniestra idea de construir una casa para nunca volver a salir? Pensó David.




Según una leyenda popular, una pareja de enamorados la había construido como su nido de

amor. La habían levantado desde adentro, pensada como lugar de cautiverio para los prófugos amantes. Tras terminar la última pared, nunca nadie supo más de ellos. La casa tenía ahora ciento veinte años.


Mirando fijamente, David dudaba de la veracidad de tan romántica y siniestra historia. La ventana parecía devolverle la mirada como el ojo misterioso de un cíclope. De sus barrotes brotaban tallos y hojas inquietantes de una planta desconocida.


—Es una flor exótica llamada psychotria elata, se asemeja a dos labios provocativos, se le conoce por ello como “beso de novia” —le explicaba su abuela una y otra vez cuando contaba la historia.


La versión que circulaba entre los compañeros de su colegio iba más allá, asegurando que los ancianos aún vivían en aquella casa, que habían procreado hijos ilegítimos con enfermedades monstruosas, razón por la que los enamorados se habían encarcelado en su propia casa, algunas personas aseguraron escuchar chillidos en las noches.


El hecho de que nunca nadie hubiera podido entrar o por lo menos lo hubiera intentado, mantenía el misterio vigente y alimentaba la imaginación colectiva de la ciudad.


Para David se volvió una obsesión observar cada noche la casa desde su habitación. A veces le sacaba fotos con su celular, siempre muy atento a registrar algún cambio o señal. En una ocasión le pareció que brillaban entre las rendijas de los barrotes unos ojos extraños; se paralizó un buen rato antes de decidir irse a la cama, se arropó con sus mantas y se fue quedando dormido arrullado por el palpitar asustado de su corazón.


En la primavera ocurrió lo que su abuela le había dicho. Era de mañana, un sábado, cuando al despertar vio el suceso desde su habitación. La ventana lucía florecida, rodeada por decenas de besos rojos, la flor de la psychotria en su máximo esplendor. A su alrededor danzaban mariposas y abejas atraídas por tan singular néctar.


—¿Cómo puede florecer una planta como aquella en una casa abandonada? —le preguntaba sorprendido a su abuela.


—La casa no está abandonada.


— ¿Tú también crees esa absurda leyenda?


—Nadie nunca ha entrado ahí. Es posible


Dispuesto a resolver el misterio, David decidió, sin contarle a nadie, entrar en la misteriosa casa; nunca nadie se había atrevido a ello, pero él no podía ni dormir mirando cada noche la casa e imaginando la posibilidad de que pudieran algún día escapar de aquella cárcel los hijos deformes de los que tanto se hablaba. Había tenido una pesadilla exactamente igual la noche anterior. Ya no podía vivir con la preocupación.


El reloj marcaba las dos de la madrugada, David bajó de su habitación seguro de que su familia ya dormía. Llevaba puesto su saco azul de lana y una linterna. Cruzó la calle débilmente iluminada que lo separaba de la casona antigua. Las ramas de los árboles se reflejaban como fantasmas sobre el pavimento. Trepó la reja exterior y cayó al antejardín. Ahora estaba frente a frente a la pequeña ventana, se acercó y contempló las exóticas flores en forma de beso, pasó sus dedos suavemente sobre los pétalos y lo sorprendió la particular textura; su corazón palpitaba a mil. Respiró profundo e inició el plan que llevaba días maquinando desde su habitación. Los barrotes de la ventana le sirvieron de peldaño para llegar al tejado. Varias veces trastabilló pero logró llegar. El techo estaba poblado por plantas suculentas que se alimentaban de la humedad de las tejas.


Caminó lentamente para no quebrar la débil estructura, y estuvo a punto de gritar cuando vio un par de ojos verdes brillando bajo una de las tejas, pertenecían a un pequeño gato callejero que salió despavorido al verlo. Se calmó y siguió cautelosamente hasta llegar a la tapia que daba hacia el patio interno de la casa. Comprobó que no era muy alto, y tras pensarlo mucho, se lanzó hacia dentro temblando de pánico, su curiosidad era el motor. Se sintió caer sobre hojas anchas de alguna planta frondosa, tras reponerse del golpe se puso en pie. Estaba oscuro. Olía a tierra húmeda y hojarasca. Prendió la linterna apuntando para todas las direcciones, vislumbró plantas y más plantas. El paso de los años había convertido la casa en un bosque, el agua que caía por el tragaluz, las aves que habían poco a poco encontrado refugio para anidar dentro, y los gatos callejeros sumados a los roedores habían vuelto la casa su hábitat.


De pronto le pareció oír unos pasos, creyó entonces que alguien se acercaba y apagó la linterna para no ser visto. Sus ojos tardaron en acostumbrarse a la tiniebla, pudo ver entonces las siluetas negras de las plantas que lo rodeaban. Comenzó a caminar a tientas, evitando los ruidos, yendo en contra de los pasos que le parecía sentir acercarse. Tenía miedo. Sus pies tropezaron contra un muro a ras del suelo y resbaló sobre montones de objetos que cayeron estruendosamente. Afuera llovía y un trueno se mezcló con el ruido interno. Las gotas cayendo sobre el tejado eran ahora la banda sonora de tan caótica situación.


Sintió que una de sus manos estaba sangrando, el frio y el miedo empezaban a hacerlo tiritar.


Se levantó lentamente y al girarse se encontró con un rostro mirándolo, gritó espantado y se paralizó. La lluvia afuera amortiguó el ruido, era seguro que ni su familia lo habría podido escuchar. Cuando se fijó mejor descubrió que tenía en frente un retrato, un hombre y una mujer pintados al óleo, de pie, cogidos de la mano lo miraban desde el lienzo. Respiró tranquilo y se animó a encender la linterna que había guardado en su bolsillo. Ahí estaban, la pareja prófuga, atrapados en el lienzo, ambos jóvenes lucían ropas del siglo pasado. La mujer sostenía en sus manos una flor obsequiada por su marido, la psychotria “beso de novia”. A sus pies yacía una cuna con su pequeño hijo muerto, vestido de blanco como un ángel y con las manitos juntas sobre el vientre. David sintió llover en sus ojos. Se percató que estaba entonces en una habitación destinada a servir de taller para el pintor de la obra, fechada durante el cautiverio.


David salió del taller guiado por los pálidos rayos de luz que se filtraban a través de las rendijas de la abarrotada ventana exterior de la casa. Iba ya a amanecer. Sobre lo que parecía ser el vestíbulo vio entonces una manta de terciopelo rojo, los cadáveres, huesos y cráneos de dos adultos y un bebé, cautivos por la desgracia. Las raíces de una planta los envolvían alimentándose de ellos. David siguió el recorrido de los tallos y vio entonces que la planta salía desde atrás de la ventana buscando la luz del exterior, floreciendo dos veces al año, alimentándose de aquel amor eterno.



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