Luis Ángel Muñoz Zúñiga.
Cali, Valle.
Publiqué unas reflexiones sobre el emprendimiento de los habitantes de Macondo en Cien años de soledad. Por ese motivo, varios amigos me pidieron que refiriera algunas anécdotas de Gabriel García Márquez. Al sentarme frente al teclado fluye la primera idea: el emprendimiento no solo se percibe en sus ficciones literarias, también está presente en su biografía. Estaba predestinado a cinco golpes de suerte que guiaron su vida. De tal forma es posible una perfecta analogía entre las ficciones literarias que configuran los personajes de las historias de Macondo y la vida real del creador de ese mundo mítico.
La suerte en su camino
El primer golpe de suerte fue nacer en un pueblo muy pobre de la costa Atlántica y ser hijo de un telegrafista que la United Fruit Company trasladaba constantemente, obligándolo a dejar el niño al cuidado de sus abuelos maternos, mientras él y su esposa laboraban en los campamentos de la compañía bananera, estableciéndose temporalmente en distintos pueblos según las cosechas para exportar. En Aracataca su abuela le contaba al niño los mitos y las leyendas del folclor caribeño, mientras su abuelo, un veterano de la Guerra de los Mil Días, le narraba los acontecimientos bélicos protagonizados entre liberales y conservadores.
El segundo golpe fue la suerte de ganarse una beca que lo obligó a radicarse varios años mientras estudiaba el bachillerato en la distante Zipaquirá, cuyo liceo era uno de los pocos colegios oficiales que en Colombia contaba con una gran biblioteca con las obras clásicas de la literatura universal, los poemas y las novelas de los primeros escritores colombianos y latinoamericanos.
El tercer golpe lo fraguó él mismo cuando, siendo estudiante todavía, asumió el difícil reto de participar en un concurso nacional de cuento convocado por el periódico El Espectador, cuyo director quiso descubrir entre la juventud a quienes tuvieran vocación de escritores, porque presentía una grave crisis en las letras colombianas. Gabo ganó tal concurso con el cuento La tercera resignación, que le mereció titular en primera página, con la presentación del mismo Eduardo Zalamea anunciando al joven Gabriel García Márquez como promesa de “la futura gloria de la literatura colombiana”.
El cuarto golpe de suerte, paradójicamente, estuvo representado por el Bogotazo de 1948. Debido al cierre de la Universidad Nacional el joven halló la justificación para no seguir acatando la orden de su padre de adelantar estudios de derecho. De no haber sucedido, tal vez García Márquez no hubiese pasado de ser un simple abogado absorbido por los litigios judiciales. El 9 de abril de 1948, cuando asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, líder popular candidato mayoritario a la presidencia, Bogotá ardió en llamas y destrucción. La pensión del hotelito donde vivía el joven García Márquez fue destruida y él quedó a la intemperie. Esto lo obligó a regresar a la costa y a abandonar su carrera de derecho en el segundo semestre. Gabo halló razones válidas para desacatar el deseo de su padre y su decisión le permitió enrolarse en Barranquilla con los intelectuales que se reunían en el café La Cueva y después brillar como cronista y columnista en los diarios El Heraldo de Barranquilla, El Universal de Cartagena y El Espectador de Bogotá.
El quinto golpe de suerte estuvo representado por el cierre del periódico El Espectador por parte de la Junta Militar de Gustavo Rojas Pinilla. García Márquez no continuó en el oficio de corresponsal de prensa en París porque el periódico no pudo seguir girándole dinero. Empezaron entonces a propiciarse las circunstancias para forjar su sueño de incursionar tiempo completo como profesional en el mundo de la literatura y vivir de los derechos de autor. El diario capitalino era fuerte opositor a la represión desatada por la Junta Militar en el poder, osadía que provocó la orden de cierre por parte del Gobierno. Al no circular el diario era imposible mantener a su corresponsal estrella. García Márquez decidió abandonar el periodismo para dedicarse a la literatura y escribió La hojarasca, La mala hora y El coronel no tiene quién le escriba.
Sólo un emprendedor vencería las barreras de la pobreza, lograría adelantar sus estudios becado, conocer la producción literaria universal, escribir su primer cuento, abandonar la que consideraba una detestable carrera universitaria, destacarse en el periodismo y al fin consumar su vocación: ser escritor.
Profecías del encantador con la palabra
Otra faceta a destacar es que Cien años de soledad, su obra cumbre, está cargada de narraciones proféticas. Sólo a Gabo se le ocurriría, hace medio siglo, narrar que el joven José Arcadio Buendía mucho tiempo después de escaparse con los gitanos regresaba a Macondo con el cuerpo totalmente tatuado. En 1967 sólo los marineros exhibían en su brazo un ancla tatuada y los reclusos en la comisura entre sus dedos pulgar e índice se marcaban iniciales como señal de respeto en la cárcel. Narrarlo hoy no tendría ninguna gracia porque el tatuarse es una moda social, pero hacerlo en otrora arriesgaba a cualquier novelista a incurrir en charlatanería.
Otra narración profética es la anécdota del alcalde conservador de Macondo, Apolinar Moscote, conversando con su yerno Aureliano Buendía quien señala cómo los liberales eran masones y partidarios de la igualdad de los hijos, legítimos y bastardos, ante la ley de sucesiones. Tal episodio novelístico se anticipó en el tiempo, pues quince años después, en 1982, el Congreso de la República aprobó mediante una ley de igualdad de los derechos entre los hijos legítimos y los hijos naturales.
En 1967 eran todavía incipientes las comunicaciones. Pocos colombianos disponían de teléfono fijo en su casa, sin embargo, José Arcadio Buendía le argumentaba a Úrsula Iguarán que llegaría el día cuando desde Macondo se comunicarían al instante con cualquier lugar del mundo. Pasaron tres décadas para que la Internet, los celulares, el WhatsApp y las redes sociales confirmaran otra de las profecías de Gabo.
Un profesor de Castellano, hace un año me comentó que mientras leía en clase la página de la novela donde se narra la entrega de las armas y la firma de paz en Neerlandia, entre Aureliano Buendía, a nombre de los rebeldes, y los delegados oficiales, inesperadamente un ingenioso estudiante levantó la mano para preguntarle si eso lo estaba leyendo en una noticia de un recorte de prensa guardado entre las páginas del libro. El profesor le señaló que lo narrado en Cien años de soledad, se estaba cumpliendo al pie de la letra entre los guerrilleros de las FARC y el Gobierno de Juan Manuel Santos.
Gabito, ejemplo vivo de emprendimiento
Entre los golpes de suerte que favorecieron a García Márquez, ¿en cuál de las anécdotas se evidencia el momento cuando nació el emprendedor? Volvamos al segundo golpe de suerte para descubrir la primera actitud emprendedora del niño Gabriel.
Desde chico demostró su innato espíritu emprendedor. El adolescente que jamás había salido de Aracataca, afrontó el reto de viajar solo, primero en un barco por el río Magdalena y luego en tren hasta Bogotá. No viajó timorato entre los extraños, por el contrario, se animó a alegrar a los pasajeros cantando boleros para ganarse algunas monedas. Su padre lo había enviado con escasos pesos a Bogotá donde supuestamente le darían una beca para hacer el bachillerato, olvidando que en la capital sólo estudiaban becados los hijos de los políticos. Uno de los pasajeros era el jefe de becas, quien se encantó con el estilo del muchacho. Al otro día el funcionario, cuando lo reconoció esperando turno en su oficina, alistándose para la entrevista, quiso compensar al muchacho por deleitarlo en el tren autorizándole la beca con orden de matrícula para el Liceo de Zipaquirá. Si la distancia entre Aracataca y Zipaquirá no le determinaron tener que quedarse los fines de semana en el lugar, tal vez el muchacho no hubiese hallado el camino apropiado para despejar la ruta hacia su destino de escritor. Todo autor, antes de serlo, debe vivir una meritoria etapa de buen lector. El rector Carlos Martín, atendiendo su petición le permitió apersonarse de la organización y la clasificación de los libros en los anaqueles. Los fines de semana le entregaba las llaves de la gran biblioteca del colegio y así Gabito placenteramente pudo leer los clásico de la literatura universal, que lo fundamentarían para incursionar brillantemente en las letras en un futuro próximo. Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1982, atendiendo una de las entrevistas de la prensa mundial, García Márquez dijo que quién lo guió por la historia de la literatura y le enseñó a criticar las obras fue su profesor de Lenguaje, Carlos Julio Calderón Hermida. Al cumplirse el cuarto aniversario de su fallecimiento, el mejor homenaje que podemos tributarle a su memoria será asumir el compromiso de emular a su maestro Carlos Julio Calderón Hermida. ¡Gabo vive!
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