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BIBLIOTECA FRENTE AL MAR

Óscar Hembert Moreno Leyva

Cali, Valle del Cauca

Licenciado en Historia de la Universidad del Valle


Barú, la promesa del turismo colombiano, desde hace décadas padece de numerosos conflictos sociales, territoriales y ambientales. En Playa Blanca encontré una pequeña biblioteca popular que poco a poco se ha ido fortaleciendo en el marco de la etnoeducación y en el empoderamiento de la comunidad. Esta es la historia de un proyecto que nació en Argentina con una mochila y 60 libros.


En la playa cerca de un canal flanqueado de mangles encontré una pequeña historia venida de otros aires. Ahí estaban Shaun Tan, Octavio Paz y Jack London contemplando el mar Caribe, casi sin inmutarse de su existencia. Con cada oleaje Rayuela, Fahrenheit y El Negociador se desprendían poco a poco de su estante. El Globo de Isol, Vamos a cazar un oso, y Donde Viven los Monstruos pasaban de mano en mano como arena entre los dedos. Relatos variopintos se acumulan en cajas y estantes improvisados en una pequeña casa hecha de manera artesanal, con espacios delimitados para distintas actividades, imponiéndose de manera discreta entre hostales, bares y turistas. El hogar donde los autores vuelven a tomar su voz cada vez que un niño se aproxima con amor y cautela. En una tabla rezaba a la entrada “Salón taller Biblioteca Popular Playa Blanca, aquí hacemos etnoeducación en defensa de los territorios afrocolombianos de la isla de Barú”. Una isla dentro de la isla. Un territorio pensado para la niñez y para todos aquellos que desean encontrar otras historias, ver otros mundos posibles, mundos que sólo nos regalan los libros.


Gabriela Galíndez, oriunda de la ciudad de Buenos Aires, Argentina, tomó su mochila rumbo al sur de su norte. Inspirada por maestras como Olga y Leticia Cossettini, María Montessori y Paulo Freire, encuadernó sus historias y experiencias a medida que avanzaba por el continente. Aprendiendo de diferentes procesos de educación y cultura llegó a Cartagena, Colombia. Le hablaron de un lugar paradisiaco y se encontró con el Edén. Gabriela, maestra de primera infancia, con estudios en Historia, Comunicación, Circo, y con una especialización en educación por el Arte y Literatura Infantil para la inclusión, se enamoró de la playa, del manglar, de la historia y de Yessith Vazques, un isleño por el cual decidió emprender una utopía: construir la Primera Biblioteca Popular de la isla de Barú. Con aquella meta fija en su corazón volvió a su tierra natal, vendió todo lo que pudo, se despidió de la familia y los amigos, tomó su maleta con decenas de libros y partió para iniciar una biblioteca frente al mar.


Gabriela y Yessith construyeron su cabaña, su hogar y su biblioteca. Pintaron en una tabla de un metro por veinte centímetros “Biblioteca Popular de Playa Blanca”. Paso a paso realizaron talleres y lecturas que iban desde la alfabetización para la inclusión y la vocación por el arte hasta la pesca artesanal y empoderamiento desde la cultura afro. La comunidad se fue sumando a este proyecto donando libros y participando activamente en los talleres. Debido a que el acceso a la educación en esa zona es difícil, solo hay dos escuelas, una privada y otra pública en Santa Ana. Los niños se ven obligados a usar distintos medios de transporte, algunos muy costosos, limitando así su aprendizaje. Gabriela cuenta que la primera pregunta que le hicieron fue: ¿Por qué la biblioteca se llama “popular”? Y ella respondió, porque es para el pueblo, para un pueblo apasionado por el mar, por las historias raizales y por el cielo estrellado.



La biblioteca se sostiene con donaciones, con la venta de café y otros productos; también gracias a la impartición de clases de inglés y español. Han realizado numerosos talleres, muchos de ellos enfocados en la primera infancia, trabajando el espacio como un lugar para niñas y niños ya que la isla carece de espacios para los más chicos, forzándolos a adaptarse a los espacios de los adultos. Como proyecto cultural de empoderamiento de su territorio desde la afrocolombianidad, se enseña en este espacio la etnoeducación, una propuesta que propone sensibilizarnos a trabajar las vivencias a través del cuerpo, asumir el respeto por el conocimiento local y artesanal de sus comunidades, iluminar lo originario del lugar, su historia, sus costumbres, lo autóctono frente a lo impuesto por el turismo. Estas cátedras afro se imparten en un contexto donde los chicos piensan que ser blanco es un ideal. Algunos, cuenta Gabriela, no se reconocen como afro. Gracias a la idea de cuestionar el lenguaje, el espacio y lo que ven día a día con los miles de turistas que vienen y se van, los chicos han podido darse un lugar en sus comunidades a través de la formación recibida en la biblioteca.


La biblioteca ha realizado talleres enfocados en rescatar las músicas como la cumbia, el mapalé, el bullerengue y la champeta, frente al reguetón que ha opacado en buena parte el papel no solo de sus músicas tradicionales, sino además de las cantaoras, quienes transmiten su historia a través del canto y otros relatos orales. Los talleres también han servido para salvaguardar la tradición de la pesca para niños y de la agricultura para los jóvenes, quienes paulatinamente han ido abandonado estos oficios para dedicarse al turismo. Por último, han hecho talleres ecológicos para proteger el bosque nativo, habitado por especies de flora como el caucho baniano, la pasiflora, el totumo, el mamón de mico y matarratón, entre otras.


La historia de Barú no es fácil, entenderla es parte de la construcción de memoria raizal y de empoderamiento desde la historia. El siete de junio de 1850 la comunidad afro vecina de la Parroquia de Barú compró la tierra por unos 1200 pesos. Esta isla artificial, con más de doscientos años de historia indígena y afrodescendiente, comenzó a ver como sus riquezas eran saqueadas desde el siglo XVII hasta nuestros días; aun demostrando sus habitantes ser dueños legítimos del territorio donde han vivido por generaciones. Barú se prometía como “El turismo del futuro”, en los periódicos se anunciaba la realización de diferentes megaproyectos turísticos por parte de una serie de empresas privadas como Aviatur, De la Vega Visbal Arquitectos, Movicom, Cementos Caribe, Bavaria (Grupo Santodomingo) y la Corporación Nacional de Turismo (CNT). Estas prometieron construir en 1994 un centro comercial, marina para 100 embarcaciones, campo de golf, 180 villas, 102 mansiones, hoteles de lujo y nauteles; incluso una planta de tratamiento de agua potable y acueducto, sistema de recolección y tratamiento de basuras, central telefónica y dos térmicas de diez megavatios, con lo que pretendían generar miles de puestos de trabajo. El turismo llegó y de manera paulatina se construyeron los primeros proyectos, pero las promesas dadas a los habitantes de la zona no se cumplieron en su totalidad. Con el turismo llegaron los problemas de desplazamientos de algunas familias, llegó la violencia por parte de grupos armados legales e ilegales. No hay alcantarillado ni agua potable para el cien por ciento de su población, el acceso a la salud es precario en la mayoría de los pueblos, y muchos tienen que desplazarse a otras zonas bastante alejadas de sus territorios para recibir alguna

atención médica. Dentro del parque del mangle hay sectores privatizados con vigilancia armada. Al manglar le llegan desechos provenientes de distintas variantes, ya sea por locales o por empresas de turismo, lo que impide la posibilidad del ecoturismo, uno de los proyectos que desean tener los lugareños.



El proyecto de la Biblioteca Popular, junto con otros proyectos sociales, ha dado poco a poco empoderamiento a estas comunidades desde la educación, desde la palabra, beneficiando a niños y jóvenes alejándolos de males como la droga y la prostitución. La biblioteca atiende a más de 40 niños entre locales de Playa Blanca como de otras islas. Hoy el espacio cuenta con más de 800 títulos donados por amigos y turistas. Están trabajando los espacios lúdicos con talleres de lectura y escritura que han logrado tener un impacto significativo dentro de los más jóvenes. Conformaron el SEMILLERO LEE con varios chicos que van a distintas zonas de la isla para la formación de espacios de los próximos liderazgos en sus comunidades; así también evitarán el riesgo de la pérdida de su identidad, de su territorialidad y lograrán con la lectura un empoderamiento como jóvenes. Una biblioteca que fue más allá del mar.

Vámonos pa’ Playa Blanca,

la tierra más preferida,

vamos a visitá’ un amigo,

que cumple un año más de vida.


El año que viene vuelvo,

el año que viene vuelvo,

el año que viene vuelvo,

si Dios me tiene con vida.

Tomasito Rodríguez

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