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Nuevos lectores: mundo queer e identidad en construcción

Alejandra Hernández Montoya - Santiago Mateo Junco García

Cali, Valle del Cauca

Universidad del Valle

La lectura es un proceso que todo individuo debería atreverse a recorrer, bien sea para degustar la ficción y la imaginería o para leer su historia de vida, su recorrido por la humanidad plasmado en el inmenso mar de la literatura. Al estudiar la lectura, se ha de entender que el objeto-libro es un material de conocimiento y que, para desarrollar el estudio, se debe plantear la relación entre este y el sujeto lector. De tal modo que el lector no sea ajeno al universo de poder y jerarquías en los que el libro nace, ni se resista a modificarse a través de este objeto de consumo cultural, pues es conocimiento en transmisión.


Ilustración: Karlo Felipe Rojas Valencia @karloandmikansart / Buga, Valle del Cauca

Todos los entramados históricos que han visto germinar textos, cuentan con diferentes perfiles de lectores que van cambiando según determinadas circunstancias históricas. Por esto, es posible reconocer minorías que no han tenido un acceso sobresaliente a la lectura, por cuestiones de nivel de educación, clase, edad u orientación sexual. Minorías que han resistido a las imposiciones de oligarquías culturales, han logrado alzar sus voces y se han

apropiado de universos narrativos.


Este texto explorará dichos perfiles lectores reconociendo que el acceso a esta literatura aporta a la construcción de su identidad. Concluirá con un análisis que busca reconocer el perfil QUEER en la literatura de nuestro país.



I



Occidente ha sido regido por jerarquías de poder que han enaltecido al sujeto blanco, masculino, católico y dentro de las limitaciones de la heteronorma; como consecuencia, el perfil lector solía adaptarse a este panorama. Es en la época de la ilustración cuando empieza a liberarse el conocimiento y con ello, nuevos sujetos lectores se configuran.

Posteriormente, la aparición de la imprenta facilitó que personas ajenas al clérigo o a la burguesía pudieran acceder a textos que hasta la época sólo eran exclusivos de estas esferas. Más tarde, la Revolución Industrial hizo accesible la lectura a las clases medias y bajas, lo que traería como consecuencia la aparición del público lector femenino, obrero e infante y un aumento considerable en la alfabetización. Así mismo, las corrientes de pensamiento del siglo XX complejizan la identidad del individuo, revelando relaciones más diversas y complejas que las categorías tradicionales: hombre, mujer o niño. La primera ampliación en los perfiles lectores se da en el siglo XIX, según Martin Lyons, cuando producto del ocio, la lectura se vuelve una necesidad y el factor industrial capitalista la explota; logrando que las clases medias, bajas, mujeres y niños se vuelvan partícipes de la lectura. A través de las relaciones de oposición o aceptación que establezcan estos nuevos públicos con lo leído, construyen su identidad¹. García Martínez citando a Hall (1997) dice: Las identidades son construidas dentro, no fuera, del discurso, necesitamos comprenderlas como producidas en espacios históricos e institucionalmente específicos dentro de prácticas y formaciones discursivas específicas, por medio de estrategias enumerativas específicas. Más aún, surgen en el seno del juego de modalidades concretas de poder y, así, son más el producto de la huella de la diferencia y la exclusión que un signo de una unidad idéntica, naturalmente establecida. (p.212) En el entramado social varían los discursos que construyen identidad, ya sea desde la institución de la familia, de la educación, entre otros. Aunque pueden tener menos importancia, los productos de consumo ayudan a ello. En el caso específico de las ficciones, como lo afirma Thérien en su texto Lectura, escalera y complejidad (2002) son la represen-

tación (fiel o no a la realidad) de un mundo creado a partir de la imaginación y que al momento de leer es el sujeto quien presta sus sensaciones para darle cohesión y funcionalidad a ese mundo. Ejemplo de ello son las biografías de los lectores obreros autodidactas del siglo XIX, por medio de las cuales, no sólo buscan dar cuenta de lo que son, sino compartirlo con sus iguales, generando reflexiones y aumentando la conciencia social en el momento.

II



Si entendemos el libro como el registro material de conocimiento, y a este conocimiento como la representación de una realidad sociocultural, se podrían establecer relaciones de rechazo o aceptación a ciertos grupos minoritarios; así mismo la elección sobre qué objeto de lectura consumen estas minorías establece un rechazo o aceptación del otro dominante. Veamos en la literatura uno de estos fenómenos de auto invisibilidad obligada a causa de imposiciones culturales de la época: Porfirio Barba Jacob tuvo que disimular su homosexualidad disfrazando su deseo y sustituyéndolo por el de una mujer. Muchas son las formas en que se ha abordado la literatura queer en Colombia, a través de sus autores como pertenecientes al mundo queer o con obras que abren la puerta a este abanico de nuevos

simbolismos y significados. Es de suma pertinencia hacer un esbozo de lo que en este texto consideramos como “Teoría Queer”. Para realizar este panorama inicial, nos remitimos a Rendón (2008), quien nos explica que se trata de un término inglés traducido como “extraño”, luego sería usada como un dicho peyorativo hacia las personas homosexuales y travestis. Posteriormente, los movimientos feministas y la comunidad LGTBIQ+, acuñaron el término en sus estudios nutridos por Foucault, Monique Witting y otros. De esta manera, iniciaron una exploración sobre el género en la sexualidad, y concluyeron que se trata de una categoría que, en la sociedad patriarcal y dominante, no representa la realidad de todos los individuos. Por

el contrario, se plantea que la categoría de género es flexible, pues obedece a las construcciones que el individuo en el proceso de madurez hace según su orientación sexual, deseos e intereses como ser humano. Sin embargo, uno de los aspectos más importantes de la Teoría Queer se refiere a la libertad que tiene cada individuo de vivir su sexualidad sin

imposiciones de las prácticas culturales dominantes; las cuales determinan que aquello alejado de lo femenino o masculino es desechable.

En Colombia, quienes han sido marginados por sus inclinaciones sexuales han tenido una representación literaria diversa. Se gesta así un nuevo lector, una identidad que se vislumbra cuando una literatura narra y describe lo más descarnado de su humanidad. Así pues, encontramos un origen oficial de este movimiento en nuestro país con la publicación de El hombre que parecía un caballo (1915), escrito por el guatemalteco Rafael Arévalo Martínez.


Un texto apasionado y desbordante de aparente admiración hacia Porfirio Barba Jacob, mezclado con juegos de lenguaje que dejan al descubierto cierta picardía: “Sus carbunclos eran casi tibios; casi me conmovieron como granos de granada o como sangre de héroes; pero los toqué y los sentí duros” (p.6). Fernando Vallejo sería el encargado de inmortalizar, como crítico y amante de su obra, el homoerotismo de Barba Jacob; así como la realización de una importante obra sobre el poeta. “Lo que se consideraba una vida ‘escandalosa’ en su época cobra perfiles muy claros en el texto de Vallejo” Balderston (2008).


También, encontramos dejos de homoerotismo en la obra de Gabriel García Márquez, en el cuarto capítulo de La hojarasca (1955), en la que el narrador termina pensando en el cuerpo desnudo de su amigo. En el 1954, en el texto El piano blanco, Álvaro Cepeda Zamudio iniciaría con una metáfora en la que figura la homosexualidad. Existen personajes

homosexuales en la obra de Manuel Mejía Vallejo Aires de tango (1973) y en El divino (1986) de Gardeazábal. La escritora barranquillera Marvel Moreno explora la sexualidad en amplio espectro, desde la ninfomanía hasta las relaciones gays y lésbicas en su obra, en Passant y en varios cuentos en los que hallamos personajes homosexuales. Es reconocida también en la temática lésbica la autora Albalucía Ángel con unos breves episodios lésbicos en Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (1975) y Misiá señora (1982).


Por otro lado, desde otras formas de narrar, es reconocible el travestismo discursivo de Andrés Caicedo en ¡Qué viva la música!, historia de vida del autor narrada con la voz de una chica rebelde burguesa, con la que las nuevas generaciones se sentirían identificadas; también se destaca de este autor la denuncia que hace contra la homofobia. De

acuerdo a Balderston (2008), Barba Jacob y Raúl Gómez Jattin constituyen “la expresión más intensa del deseo homoerótico en la poesía colombiana”. No se podría hacer una revisión de lo queer en nuestro país sin mencionar a Fernando Vallejo quien abiertamente trata la homosexualidad como tema central en casi toda su obra. También Alfredo Molano Vargas nos convoca a ser testigos de un renacer de amor homosexual por parte de dos jóvenes de Bogotá en Un beso de Dick (1992).



Finalmente, tenemos a Ana María Reyes con sus Historias de gays y lesbianas (2003), que, si bien no son textos ampliamente reconocidos dentro del canon nacional, sí crean una posibilidad literaria en la que tienen espacio y trascendencia personajes con orientación sexual diversa. Rubén Vélez enaltece la belleza masculina y despoja de todo pudor su narrativa directa. Del mismo modo, Alonso Sánchez Baute, con A la maldita primavera (2003), nos lanza la historia de un hombre que explora su homosexualidad hasta que decide probar éxito entre las drag queens de Bogotá. La importancia de la representación propia radica en que esta desdibuja los prejuicios de los que todavía son víctima, las personas Queer. Al respecto, García Martínez (2009) dice:


Las luchas sobre la identidad no sólo implican cuestiones acerca de su adecuación o su distorsión, sino también sobre las mismas políticas de representación. Es decir, la política implica cuestionarse cómo son producidas las identidades y cómo son establecidas a través de las prácticas de representación: la identidad es, en esta perspectiva, asumida como una construcción. (p.215)


Que estos autores produzcan una representación de lo queer, permite a los lectores construir su identidad o reforzarla a través de la lectura. Ejemplo de ello es la tesis Entre líneas: literatura marica colombiana (2016), de Daniel Giraldo, quien en el prefacio de la misma dice:


La existencia de este trabajo no sea una sorpresa, aunque sí lo sea el contenido del mismo y su relación con mi condición sexual. Confirmación de un rumor para unos y trágico desenlace para otros, el hecho de hablar sobre literatura marica es, para mí, una respuesta al poder que Colombia ha ejercido sobre mis sueños y mis deseos a lo largo de toda mi vida (p. 10) En conclusión, el objetivo no reside en juzgar la calidad literaria de los textos que componen este corpus; sino en reconocer su existencia y sus implicaciones en el conglomerado literario de nuestro país, donde se abren paso entre conservadurismos. Se trata de entender que el impacto de estas obras configura una identidad colectiva, en la cual se reconocen minorías que comienzan a tener una voz y representación propia desde los años 50. Desde allí, autores y lectores develan su propio ser a través de las experiencias, reconocen su humanidad y asumen su papel en la sociedad y en la historia. El universo de queer ha sido resaltado por medio de diversas estrategias narrativas de forma explícita y autorreferencial en textos que dan cuenta de la lucha de quienes han tenido que defenderse de una sociedad cerrada a otras formas de identidad.


Notas: 1. Alfredo García Martínez, postula que la identidad sólo se construye en comparación con un otro: “La noción de ‘otro’ sólo puede expresar una relación (de aceptación o de rechazo), puesto que sin dicha relación no habría posibilidad de identificar ninguna identidad” (p. 13). Esto se puede aplicar a la lectura, ya que ésta actúa como registro y representación de una realidad social/cultural.

Referencias


Balderston, D. (2008). Baladas de la loca alegría: literatura queer en Colombia. Revista Iberoamericana, LXXIV (225), 1059-1073. García, A. (2009). La construcción de las identidades. Revista Cuestiones Pedagógicas, (18), 207-228.


Giraldo, D. (2016). Entre líneas: literatura marica colombiana. [Tesis de doctorado, Universidad de Pittsburgh]. http://d-scholarship.pitt.edu/27600/ Lyons, M. Los nuevos lectores del siglo XIX: mujeres, niños, obreros. En: Cavallo, G & Chartier, R. (2001). Historia de la lectura en el mundo occidental. España. Editorial Taurus


QUBIT. (2009). Especial ciencia ficción Guatemala. Boletín Digital de Literatura y Pensamiento Cyberpunk, (42) 2-47.


Rendón, D. (2008). El abc de la Teoría Queer. Editorial Espolea.


Thérien, G. (2002). Lectura, escalera y complejidad. Revista Educación y Pedagogía, XIV (32), 155-179.

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