Antonio José Hernández Montoya
Cali, Valle del Cauca
Licenciado en Literatura
[…] hay oportunidades que, en cierta medida, son demasiado grandes para ser aprovechadas; hay cosas que no fracasan por otro motivo que por sí mismas.
El castillo (1949), Franz Kafka.
I. Primer round
El castillo (1949), de Franz Kafka, es un notable canto sobre la parte desconocida de la existencia humana. Leerlo implica adentrarse en un mundo enigmático, dispuesto a golpearte de la misma manera que al agrimensor K. Basta una fuerza invisible y la palabra “castillo” para disminuir casi por completo la concepción de libertad en ese pueblo. En la diégesis, el castillo es una construcción física que alberga a los funcionarios encargados de administrar la zona, es decir, funge como institución. Al respecto, Milán Kundera afirma: “En Kafka, la institución es un mecanismo que obedece a sus propias leyes programadas ya no se sabe por quién ni cuándo, que no tienen nada que ver con los intereses humanos y que, por lo tanto, son ininteligibles” (1987, p. 115).
En el plano simbólico, el castillo y sus dinámicas aluden al inexplicable accionar de la vida. Así, comparto la idea de Albert Camus (1985) sobre Kafka: su novela indaga el sentido de la vida, lo inefable. Es un bellísimo intento por esclarecer lo desconocido y entender la incertidumbre; intento que se representa en K. tratando de encontrarse con Klamm y de acceder al castillo.
La figura del castillo se instaura como un monstruo capaz de controlarlo todo, de afectar la existencia de los habitantes del pueblo y limitar su libertad. El castillo actúa. La gente del pueblo se limita a obedecer. Punto. Todos los personajes conocen las leyes impuestas y las cumplen, pero ignoran las razones de esa fuerza dominadora y permanecen sometidos a su voluntad. No se molestan por descubrir la esencia del castillo. En ese aspecto, existen cuatro personajes que contrastan: K., Olga, Barnabás y Amelia.
II. El golpe ineludible
K. llega al pueblo para trabajar como agrimensor, labor que se declara innecesaria más adelante. Tiene familia, pero parece no importarle estar tanto tiempo lejos de ella. Afirma haber viajado por su propia voluntad y mantiene la decisión de quedarse. Es intrépido, exigente: “No, en absoluto ―dijo K.―, no quiero ningún regalo compasivo del castillo, sino mi derecho” (Kafka, 1949, p. 88). No desiste en sus intentos de hablar con Klamm, su superior. Es un forastero que desconoce las dinámicas del lugar y se empeña en alcanzar el castillo. Juega al juego que le proponen.
Albert Camus (1985) encuentra esperanza en la obra a partir del comportamiento de K. Al contrario, considero que el agrimensor intuye su fracaso desde el inicio, es decir, imagina la imposibilidad de llegar a Klamm y conocer el castillo. La relación con los ayudantes es una base interesante para examinar lo anterior: K. acepta a Artur y Jeremías como sus viejos colaboradores, luego descubrimos que no lo son. K. mintió, tal vez haga lo mismo respecto a sus ilusiones. Reconocerse como perdedor no está en su carácter; pese a ello, K. termina por aceptar las órdenes del maestro, preferir a Frieda por encima de Amalia, hablar en otro tono con Jeremías, dejarse sacar de la posada tras interferir en las actividades de los funcionarios y volverse una herramienta para ganar la atención en el pueblo.
Olga y Barnabás, al contrario de K., reflexionan sobre qué sucedería si la administración o el castillo dejarán de existir; se preguntan si sus actividades tienen sentido y si les permitirán entender las razones de la fuerza dominadora. Ambos tienen miedo y se cuestionan tras la negativa de Amalia ante una propuesta sexual de Sortini. Olga le confiesa al agrimensor K: «Me pongo triste cada vez que Barnabás dice por la mañana temprano que se va al castillo. Ese camino, probablemente inútil, ese día, probablemente perdido, esa esperanza, probablemente vana. ¿Para qué todo eso?» (Kafka, 1949, p. 203). No obstante, siguen fieles al castillo.
Por otra parte, Amalia es la más libre de todos los personajes. Su negativa a Sortini, un funcionario del castillo, produjo discriminación hacia su familia aunque el castillo nunca la castigara. Amalia fue capaz de romper con una costumbre impuesta por la administración y refugiarse en sí misma. Ella recibió la soledad, el más alto atributo en contra del castillo, y, tal vez, lo más semejante a la libertad. Amalia no necesita al castillo.
El golpe inevitable lo recibe el lector justo cuando K. llega al pueblo y lo despiertan para decirle que el castillo no requiere su presencia. El resto de embestidas ocurren porque el sentido de la existencia escapa a los humanos, así como Klamm escapa tras un descuido de K. Los demás golpes ni siquiera duelen. Albert Camus afirma que el mundo de la obra de Kafka «es, en verdad, un universo inefable en el que el hombre se permite el lujo torturante de pescar en una bañera sabiendo que no saldrá nada de ella» (1985, p. 64). K. lucha una pelea perdida, busca comprender lo incomprensible.
III. Los campos de batalla
Gran parte de El castillo transcurre en espacios cerrados y totalmente cotidianos. Un claro ejemplo lo constituyen las habitaciones: aquel cuarto estrecho, sucio y lleno de objetos pertenecientes a las criadas, en la posada de Gardena, donde K. vive con Frieda; el salón de clase con los implementos de gimnasia por doquier y sólo un jergón de paja; la casa de Olga y Amelia, desde cuya sala se ve a los viejos padres ingiriendo alimentos de manera grotesca. Los ambientes reducidos y oscuros encierran a los personajes, incluso al mismo lector. El castillo es descrito por Barnabás y por Olga como un lugar plagado de oficinas. En la obra, sublimes historias y profundos diálogos se pronuncian en míseros espacios.
Hasta los espacios más personales son invadidos por la administración, disminuyendo la libertad de los habitantes. Frieda y K. son observados por los dos ayudantes mientras hacen el amor y duermen juntos; el alcalde recibe a K. en su habitación, donde también están los expedientes y su cama; los funcionarios atienden por las noches en las piezas de la posada. Lo más parecido a las oficinas institucionales son las habitaciones de los personajes. Es clara la fusión entre lo privado y lo oficial: «K. no había visto nunca una mayor fusión entre vida y función pública que allí, tan fundidas estaban que a veces podía parecer que la vida y la función pública habían intercambiado sus puestos» (Kafka, 1949, p. 69). Existir para cumplir un deber supervisado por la fuerza exterior. La pelea perdida se lleva a cabo en pequeños lugares, pero con la certeza de que alguien observa.
Los espacios al aire libre no son menos caóticos. En ellos se acumulan el frío, la nieve y el cansancio. Incluso las estaciones someten a la derrota. En un hermoso diálogo, Pepi dice:
Bueno, en su momento llega la primavera y el verano, pero en el recuerdo, la primavera y el verano parecen tan breves que casi se diría que son poco más de dos días, e incluso en esos días, también en el más bello, cae alguna vez algo de nieve (Kafka, 1949, p. 354).
Pepi intenta decirle a K que se quede hasta el final de la primavera; pero, según ella, en el pueblo no deja de nevar. La sentencia es inamovible: K., como el invierno, nunca se irá.
IV. La soledad
Los reglamentos, las costumbres y los trabajos aprisionan tanto a los funcionarios como a los habitantes del pueblo. Así, aparece el mundo de la obediencia postulado por Kundera:
[…] no hay iniciativa, invención, libertad de acción; solamente hay órdenes y reglas […] [y el funcionario] realiza una pequeña parte de la gran acción administrativa cuyos fin y horizonte se le escapan; es el mundo […] en el que las gentes no conocen el sentido de lo que hacen (1987, p. 127).
Kundera se refiere a los funcionarios; pero la falta de libertad y el desconocimiento del sentido de las acciones, y también del castillo, arropa a todos los pobladores.
Los personajes de Kafka siempre son observados: la fuerza superior se entera de sus comportamientos, e incluso los condiciona o los inventa. Ellos simplemente aceptan lo anterior con total tranquilidad: la posadera se pone la falda sin importar que K esté ahí, los ayudantes no se molestan en darle espacio a K. y Frieda. Dicha vigilancia del poder externo trae consigo la desaparición de la soledad o esa soledad violada planteada por Kundera. La única capaz de vanagloriarse de estar sola es Amalia.
Amalia, es la mujer con la fuerza para oponerse a las costumbres del pueblo y rechazar a un funcionario del castillo. Ella decide ponerse en contra del monstruo supremo y ser aislada por los habitantes; ella es una figura mítica que hace lo que K. no puede hacer. El agrimensor se niega a vivir solo y escondido en el armario de Pepi, no soporta la idea de desaparecer para el pueblo y para el castillo.
V. El knock-out
La obra es póstuma e inacabada. La Historia cuenta la petición de Kafka a Max Brod para que sus manuscritos fueran quemados; y, si hoy los leemos, sobra mencionar la decisión de Brod. El castillo, tal vez por lo anterior o por la expresa intención de Kafka, presenta un final abierto, sin muchas sorpresas; su tratamiento ya nos sugería la permanencia de K. en el pueblo. Quizá las mejores páginas de la obra sean los capítulos dedicados a la historia de Amelia, contada por Olga, y el pasaje final, el diálogo entre Pepi y K. El talento de Franz Kafka como escritor se evidencia en la construcción de mundo: el ambiente es perfecto. El hecho de conservar el misterio respecto a la fuerza superior, al castillo, es una decisión vital para la literatura posterior. Casa tomada, de Cortázar, sería impensable sin Kafka; también textos de García Márquez, Julio Ramón Ribeyro, Borges, Camus, etc.
K. es protagonista de una pelea perdida, lo he repetido infinidad de veces. Recibirá más golpes y nunca podrá ganar. No asistimos al choque entre una fuerza inalterable y un objeto inamovible; presenciamos al castillo inalterable, inamovible e incomprensible destrozar a un individuo insignificante, cuyo caso, según el alcalde, es uno de los más pequeños entre los pequeños. El sentido de la vida atropella con su misterio a K.
Ilustración: Luis Felipe Celis Linares / Roma, Italia.
Referencias:
Camus, A. (1985). El mito de Sísifo . Buenos Aires: Editorial Lozada.
Kafka, F. (1949). El castillo. Bogotá: Círculo de lectores.
Kundera, M. (1987). El arte de la novela. Barcelona: Tusquets
Commenti