Daniela Páez Avilés.
Cali, Valle.
Estudiante de Licenciatura en Literatura, Universidad del Valle.
Ese día llegó como todos los días a eso de las diez de la mañana. Ella le decía a todo el mundo que ese era un verdadero trabajo pero déjeme decirle que ella en verdad no sabía un carajo sobre adivinar el futuro. Pa’mí que se la pasaba echándole cuentos raros a todos los que se le acercaban a ese chuzo; ya sabe, decir que encontraba un signo misterioso en una carta o que “alcanzaba a percibir” una imagen inquietante en esa bola inmensa de cristal. Cualquier cosa que solamente alguien muy ingenuo o huevón se creería. Y déjeme decirle que había muchos de esos, ¿oyó? ¡Ay, pero si ese chuzo aquí al lado mantenía pero lleno! ¡Había gente que llegaba casi todos los días como si le fueran a rezar a un santo! También había algunos curiosos, uno lo notaba por esa cara de escepticismo con la que escondían el temor. Yo creo que toda esa gente que venía ahí era gente muy perturbada, ya sabe, como medio loca. Se iban de ahí con una cara de espanto por las ocurrencias sin sentido que ella les decía que hasta uno se preocupaba. Lo sé porque yo he estado aquí en el puesto de al lado por más de cinco años y pues, para ser honesta, uno no puede evitar curiosear sobre el mal ajeno. La verdad me daba más risa que preocupación.
Como le iba contando, esa mañana llegó como siempre a las diez, me saludó y se acomodó en su trono de adivinación, como ella le decía, como quien dice, ella también le echaba humor a todo el asunto. Ese día para mí no pasó nada extraño, la misma rutina de todos los días de venderle el chance a los ilusos que creen que les va a cambiar la vida con un número. Aunque ahora que lo pienso bien, sí. Como a eso de las tres ella me tocó este vidrio, el que nos separaba, pa' decirme que había visto un tipo muy raro cruzársele por el frente como cuatro veces. La pobre se veía bastante asustada y yo la verdad no sabía nada de su vida o de si se había metido en vainas raras. Me imagino que usted sabe que por aquí eso es bastante normal. El caso es que yo como para no asustarla más de lo que ya se veía le dije que tranquila, que tipos raros había en todo lado y que no se debía extrañar si alguno se le cruzaba, más por este barrio.
–Buenas tardes, señora.
–Buenas tardes, joven, ¿qué servicio desea?, ¿bola de cristal, tarot, quiromancia?
–El tarot bastará, ¿no cree?
–Todo depende de con qué se sienta más cómodo usted.
Barajó con maestría las cartas un buen rato y las separó con las caras hacia el mantel de color violeta que no lavaba desde el momento en que había empezado a trabajar allí.
– ¿Desea saber algo en específico? ¿Hay algo que le inquiete de su pasado, su presente o su futuro tal vez?
–Antes quisiera que me responda una pregunta. –Y acercando su rostro en extremo al de la cuarentona, con los ojos fijos y abyectos le preguntó –¿Es usted dueña de su destino?
Y sin una explicación aparente la mujer empezó a devorar una a una las cartas que había dispuesto ante sí.
Vea, yo le estoy diciendo lo que sé. Yo vi a un hombre como de unos treinta años más o menos que se acercó a eso de las tres, pero la verdad no vi que pasara nada extraño. Era un curioso más. Eso sí, ni me di cuenta cuando ella se fue y pues desde eso no la he vuelto a ver por estos lados. Debe ser un trabajo duro ese de manejarle el destino a la gente, ¿no cree?
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