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DANIEL CAICEDO Y EL VIENTO SECO QUE TRASCENDIÓ EL BIPARTIDISMO: UN ANÁLISIS ANACRÓNICO

Jorge Alberto López Guzmán

Popayán, Cauca

Investigador de la Universidad del Cauca


Introducción

El 13 de junio de 1953, el General Gustavo Rojas Pinilla realizó un golpe de Estado contra el Presidente Laureano Gómez y proclamó su frase célebre “No más sangre, no más depredaciones en nombre de ningún partido político, paz, justicia y libertad.” (El País, 2003). Para ese mismo año se hizo el lanzamiento de una de las novelas que proclamaba la historia de la Violencia y reivindicaba la sangre que Rojas Pinilla quería abolir. Esa novela era Viento Seco, del médico vallecaucano Daniel Caicedo, un escritor que presintió el fenómeno paramilitar y el surgimiento de los grupos guerrilleros en Colombia.


La obra Viento Seco es un libreto de la Violencia en Colombia, donde se exponen con luminosidad y júbilo el recetario de las matanzas de los chulavitas sobre los campesinos liberales; tan bella obra se concibe como un retrato de las indulgencias de dios sobre los pecados de los conservadores y de la legitimidad ilegitima de matar al otro para sobrevivir y mantener la idea innata del color azul y el fulgor del líder, donde los seudónimos son sinónimos de respeto y muerte.


Daniel Caicedo tuvo el infortunio de recrear el infierno en la primera página de su obra. Digo el infortunio por la falta de sensibilidad ante los ojos de los lectores que la Violencia bipartidista no nos trastocó; al día de hoy, el viento seco no lo conocemos. Es así como el presente ensayo pretende hacer una etnografía literaria de tan excelsa obra, reflejo a través del tiempo de la atroz realidad nacional. Se le podrían cambiar las fechas y el nombre de la aldea donde se recrea, pero la realidad de Antonio y Marcela seguiría vislumbrándose en medio de un viento que ya ni seco es, porque hasta el viento lo mataron en este país.


Antonio y Marcela: más allá de dos personajes literarios

Los personajes son héroes cotidianos cuyo deseo de venganza es más fuerte que el de vivir plenamente. Aunque su objetivo primordial, en un momento, es salvar a su familia, la angustia de ser atrapados y el dolor al que son sometidos les quitan la certeza de si seguirán respirando al día siguiente. Una paradoja absurda se dibuja en el orden social: los policías (la justicia, los buenos) actúan como los victimarios; estos hacen llegar las llamas a las casas de las familias liberales, cambiando en un santiamén el camino de su vida por uno de sufrimiento o muerte —¿Qué diferencia hay en la actualidad en Colombia? —. Se les conocía como chulavitas, palabra que en este tiempo era sinónimo de policía, de conservador, de contra-liberal.


En estos tiempos, la orientación política, en contra o a favor del poder hegemónico, nace con el individuo, es decir, suele ser la misma de los padres y familiares. La violencia, sin embargo, convierte esta orientación en marca de muerte, obligando a las personas a tomar decisiones fatales: salvar a los hijos puede significar dejar morir a los padres; es la antinomia de la vida junto a la muerte, como lo postula Caicedo con el caso de la hija de Antonio y Marcela.


Entre el rojo, el azul, y la delgada línea amarilla

Qué maldición más grande no tener una casa con una cruz azul a la vista de todos, pensarían las personas antes de ser asesinadas por estos desgraciados. Lo que sería tener una casa llena de escoltas que visibilicen legitimidad en medio del asombro del pobre y el hambriento. Colombia ha forjado su historia a través de la invisibilización física y simbólica del otro, donde la muerte es una sentencia justificada para el que no piensa igual; pero más que la muerte por un tiro, o varios, de un arma de fuego, es la masacre, la tortura, el poder convertir al cuerpo en un objeto susceptible de mutilar, cercenar y violar; que en medio de la lucidez de la agonía se pueda percibir en el dolor, la mejor herramienta de una venganza ideológica por un color que representa la decadencia de una democracia jamás consolidada dentro de los parámetros de respeto y justicia.


En este contexto, la muerte de liberales recrea una escena de un teatro donde la virtud del victimario es volver espectáculo la muerte de su víctima. Qué mayor símbolo de la degradación humana que concebir la muerte de pobres campesinos como parte de la historia de los libros leídos en colegios y universidades, reivindicando al victimario y asumiendo la posición de la víctima como la condición natural del ser. Estas dinámicas de la política irracional que ha forjado a los héroes de los libros de historia, se encuentran en los anaqueles más prestigiosos de nuestro país.


En este caso, el Valle del Cauca y el municipio de Ceilán, representan no solo un lugar dentro del cual se vivió la violencia bipartidista: Ceilán representa la cotidianidad de un país tímido de tanta muerte, egoísta de tanto dolor, e hipócrita de tanto miedo. Esas muertes expuestas por Caicedo no son más que parte de la metáfora de la política colombiana, donde un grupo de hombres ostentando un color, disponen de la legitimidad y la legalidad para matar a otro grupo de hombres que representan su antagonismo, pero que a la hora de morir convierten todo a su alrededor en ese color vil y bellaco como el rojo, color de la sangre que pintaba los andenes, las paredes y los ríos a causa de la eliminación sistemática del otro.


Uno encuentra la desesperación y los atisbos de la razón al leer Viento Seco, cuando la muerte no solo alcanza al ideólogo o al defensor de lo inverosímil, sino también la inocencia de un niño, como es el caso de la hija de Antonio y Marcela, un símbolo de los miles de niños y niñas que han muerto sin saber el porqué de su deceso; donde vale más la decadencia suprema de la defensa a ultranza de la masacre como instrumento, que el honor de pelear con ideas y entre iguales; lo que nunca ha sucedido en un país donde el ignorante defiende al asesino intelectual, al politiquero de pueblo, al clientelista tradicional. Esa es la vehemencia de esta obra, tener la capacidad de explicar al lector la realidad de un pasado que parece ayer, porque, al día de hoy, la muerte no desaparece. El bipartidismo es un multipartidismo hipócrita y sectario; y al igual que antes, ostentan la virtud de la mentira y la justificación de la muerte.


Viento seco y la actualidad de un país

En este contexto de guerra ideológica de colores los más beneficiados eran los godos y los curas, algo que en muchas ocasiones sigue pasando en un país donde el catolicismo se impone por encima de las opiniones diversas de mujeres, afrodescendientes, indígenas, homosexuales, niños y demás que no encuentran acogida dentro de los cánones del único dios que se respeta con justicia y justifica la atrocidad por parte de los seres humanos, sean conservadores o liberales, guerrilleros o paramilitares.


La situación de los personajes de Viento Seco cada vez se vislumbra más cercana a la realidad de muchas regiones colombianas donde los pobladores solo podrían exponer odio a su patria, a su gobierno, a su dios, y deseo de venganza justificada con el infortunio de su vida. En pocas palabras, el caso de Antonio fue un infortunio, desde pasar de la cárcel a casi ser asesinado y mantenerse vivo por el deseo de venganza y de amor por su esposa Marcela, resistiéndose a las estrategias de los chulavitas para matarlo.


Como el nombre del último capítulo del libro lo expresa, la venganza se acercaba; teniendo en cuenta que Colombia ha sido un país violento, la venganza es sinónimo de justicia para muchos. Es así como Daniel Caicedo manifiesta una relación entre la tranquilidad de un cementerio y el deseo de venganza de los vivos que tenían familiares en ese lugar. Un hombre los buscaba y era Antonio Gallardo, representante histórico de las víctimas de la Violencia en Colombia; puede ser solo un personaje literario, pero es la ejemplificación de los miles de ultrajados que no murieron y quedaron con las ganas de venganza por la muerte de sus padres, hija y esposa; esta última se encontraba enterrada en esas tumbas mal elaboradas que él estaba buscando, fue en ese preciso instante donde su deseo de venganza se despertó, relacionándose directamente con la búsqueda del enemigo antagónico a sus victimarios, es decir, la guerrilla, que en este caso de la historia podía ser un ejército que buscaba justicia a través de la injusticia; fue esta la historia de muchos campesinos vulnerados por el Estado colombiano. La justificación perfecta para la guerra en Colombia ha sido la reminiscencia de la felicidad, donde la ausencia de la tranquilidad se convierte en el mejor instrumento para matar.


Referencias

Caicedo, Daniel. Viento Seco. Buenos Aires: Editorial Nuestra América, 1954.


El Espectador. “Viento Seco, 1953”. 23 de noviembre de 2013. Consultado en: http://www.elespectador.com/opinion/viento-seco-1953-columna-460174


El País. “Rojas llego de ´golpe´”. 15 de junio de 2003. Consultado en: http://historico.elpais.com.co/paisonline/notas/Junio152003/A1415N1.html

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