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  • Foto del escritorRevista Lexikalia

Amor y ovnis en Dagua

Daniel Alejandro Collazos

Cali, Valle del Cauca

Escritor e ilustrador


AVISTAMIENTO

Me encontraba observando aves cerca de El Queremal cuando volví a ver al ovni. Fue en la tarde, cuando los demás turistas abandonaron la finca de doña Dora porque la neblina entorpeció el avistamiento. Yo, en cambio, me quedé como todos los días que le siguieron a la primera vez. Había pasado casi un año y desde entonces me obsesioné con reencontrarlo. Atardecía. Levanté mis binoculares para ver el sol entre la cordillera y fue en ese momento que apareció. Limpié mis gafas empañadas y lo vi caer del cielo con una pequeña cola de fuego tras de sí, como un cometa. Tomé mi mochila, subí al auto y conduje a lo largo de la carretera para perseguirlo. Estaba seguro de que caería cerca.


EL PRIMER AMOR

Teníamos unos tragos encima cuando coronaron a Mónica como Reina de La Piña. Yo crecí con ella y con Junior en el barrio Ricaurte y estudiamos en el mismo salón del Copoli, nadamos en El Danubio y bailamos en la Isla del Encanto, nos prometimos viajar a ver las ballenas en Buenaventura y subir al último piso de la Torre de Cali; y, aún así, con todas las oportunidades que tuve, nunca le declaré mi amor. Ella nos había confesado que quería irse de Dagua para estudiar en la Univalle, pero que antes necesitaba hacer algo. Y ahora que la veía con la corona puesta, entendí que era justamente eso lo que tenía pendiente, que pronto dejaría de verla. Así que le pedí consejo a Junior sobre cómo podría decirle mis sentimientos y él me dijo que buscara una flor del quereme.


LA REINA DE LA PIÑA

Cuando me nombraron Reina de La Piña me sentí muy triste. Sonreí a las cámaras y abracé a las demás participantes como muestra de respeto, pero en realidad no quería estar ahí ni sabía en dónde quería estar. Mi sueño era estudiar en la Universidad del Valle, pero mi familia no tenía el dinero suficiente para cumplírmelo. Así que mi papá tuvo la idea de meterme al reinado para que aprovechara mi carita bonita y viera si conseguía algo. Y sí, gané, imagino que se preguntarán por qué estaba triste entonces. ¡Por amor! ¡Por Julito! Ahora que estaba claro que podía irme, no quería apartarme de su lado, no quería que dejáramos de bañarnos en la Cascada de la Sirena, de pasear en bici por las calles empinadas, de ruborizarnos cuando estábamos cerca. Pensaba en todo eso cuando escuché una explosión y vi que Julito no estaba en su silla. Tuve un mal presentimiento y corrí para ver qué había pasado.


Ilustraciones: María Paula Afanador @rayes.de.maria / Cali, Valle del Cauca


LA FLOR DEL QUEREME

Yo me di cuenta que Julito estaba medio borracho y aproveché eso para deshacerme de él. Como su amigo, sabía que estaba tragado de Mónica desde que éramos niños y también sabía que le encantaban las historias fantásticas, pues en el colegio prefirió charlar de la fundación mítica de Dagua con la aparición de una virgen e indígenas Yanaconas y un pueblo llamado Papagayeros, en lugar de hablar sobre el Ferrocarril del Pacífico. El caso es que le dije que sólo sería correspondido por Mónica si le traía una flor del quereme del mismísimo Queremal, que ella me había dicho que eso era lo que más quería. Y yo que le digo eso y él que sale en su moto para allá. Pero cuando quise aprovechar la ocasión para confesarme, vi que Mónica había salido de la alcaldía y caminaba en sentido norte por toda la carrera 12, por lo que corrí detrás suyo a pesar de que tenía mocasines.


MALA SUERTE

Renato y yo estábamos buscando oro en el río Dagua cuando lo vimos. Aprovechamos que la gente estaba entretenida con el Reinado de la Piña para batear arena en busca de pepitas. Según nos había contado un conocido, dos lavanderas habían tenido suerte a la altura de Zaragoza. Y como eso ya estaba puteado allá, pues decidimos buscar acá más abajo. Nosotros estábamos en lo nuestro cuando vimos un hombre desnudo caminando con una caja entre las manos. Era medio torpe porque se resbalaba a cada rato entre las piedras de la orilla. Hasta que sí señor, se cayó y se dio en la cabeza con una roca. Nosotros corrimos a ayudarlo y en ese momento fue que nos vio un pelado vestido de traje y mocasines. Ni nos dejó explicar nada y salió corriendo diciendo que habíamos matado a ese señor. Por eso nos tocó perdernos y dejarlo ahí tirado.


Ilustraciones: María Paula Afanador @rayes.de.maria / Cali, Valle del Cauca


UN VECINO EXTRAÑO

Toda la vida he cultivado piñas al igual que mi padre y mi abuelo, y aun así nunca he hecho tanta plata como para comprarme una finca similar a la del vecino. Llegó un buen día para comprarle la propiedad a doña Nelly y comenzó a levantar muros para que nadie viera lo que hacía adentro: pasearse desnuda por toda la casa con flores en la cabeza. Yo una vez le pregunté cómo sostenía semejante propiedad y me respondió que sembrando piña. No le creo. Para mí que les siembra coca a las disidencias de las FARC. Con decirle que el miércoles dispararon contra la estación de policía y eso hace muchos años que no pasaba. ¿No le parece raro? Hoy escuché una explosión dentro de su predio. Ya saqué mi escopeta y voy a asomarme a ver qué es lo pasa.


EMERGENCIA

Yo estaba en la estación cuando llegó un joven diciendo que había presenciado un asesinato. Tomé mi arma de dotación y nos fuimos juntos en la patrulla hasta la parte del río Dagua que me señaló. Como ya había oscurecido, cogí una linterna y entre los dos buscamos señales del cadáver entre las piedras redondas de la ribera sin encontrar rastros ni nada. Para ese momento, confirmé lo que había sospechado a través del retrovisor: el muchacho estaba tomado. Lo subí a la patrulla aun cuando me juraba que no había alucinado y me disponía a llevarlo a casa cuando vi pasar una tractomula a toda velocidad por la carretera en sentido norte. Esta vez fui yo quien creyó ver algo extraño: estaban encañonando al conductor. Encendí la sirena y aceleré a fondo para intentar alcanzarlos.


ACCIDENTE

Como otras veces, salí de Buenaventura hacia Cali en mi tractomula. Como otras veces, vi un accidente en la vía, aunque esta vez no se debía a los derrumbes de la ola invernal. Como otras veces, bajé de la cabina para ver si podía ayudar en algo. Vi una moto enterrada en el capó de un carro y un joven con heridas leves y un tufo tremendo. Me dijo que estaba bien y que si lo podía llevarlo al Queremal para buscar una flor. Yo le dije que sí, aunque en realidad quería llevarlo al hospital José Rufino Vivas, que era el más cercano. En ese momento sentí algo frío en la sien y escuché una voz que me pedía que condujera hacia el norte. Era un loco con la cara ensangrentada, unas gafas con cristales rotos y un revólver en la mano.


TODO LISTO

La nave cayó dentro de los muros como teníamos previsto. Dejé la puerta entreabierta para que mi hermano pudiera entrar y me senté en el pasto a esperarlo. El tiempo fue pasando y no aparecía. Comencé a preocuparme. Fui por el radio transmisor y le envié una señal. No respondió. Alguien abrió la puerta. Era una jovencita vestida de piña. Miró la nave y me preguntó qué había pasado, que si “eso” era lo que había explotado. No supe qué decirle. Nos miramos en silencio hasta que una tractomula atravesó la puerta y salieron tres hombres de adentro. Se quedaron pasmados al ver la nave. La jovencita le gritó a uno de ellos y se abrazaron. Otro de los hombres estaba herido en la cabeza. Me apuntó y me preguntó si yo era un extraterrestre. Le dije que sí. Llegó una patrulla de policía también.




Ilustraciones: María Paula Afanador @rayes.de.maria / Cali, Valle del Cauca



LA CAJA

Cuando llegué donde mi hermano se había formado un tiroteo entre un policía y un señor de gafas. Este decía que la nave iba a ser de él, que la había esperado mucho tiempo. Tenía varias armas en una mochila. Otras personas estaban escondidas debajo de una tractomula. El policía terminó herido y pensé que todos íbamos a morir hasta que apareció un señor detrás del pistolero y le dio un culatazo en la cabeza que lo dejó inconsciente. En ese momento corrí hacia mi hermano y nos montamos en la nave. Las personas nos veían aterrados mientras ascendíamos y yo me despedí con la mano. Ahí descubrí que había dejado la caja. Antes de acelerar, vi que uno de ellos la abrió, saltó de alegría con la flor entre sus manos y después se la dio a la mujer. Eso fue lo último que vi de la Tierra y por alguna razón pensé que esa escena compensaba el tiempo que habíamos estado varados.


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